Que se habla de usted, don Miguel. Que es trending topic en el cine, en el teatro, y se multiplican los artículos unamunizando sobre si usted dijo esto o lo otro. Que le han sacudido el polvo a su nombre y le han pasado una bayeta húmeda al cristal de sus fotografías de hemeroteca. De modo que hoy vuelve a mirarnos desde el más acá con sus lentes de búho, su barba románica y sus trajes de un negro hosco y penitencial, cuya austeridad de tinieblas solo corregía el cuello blanquísimo de las camisas.

Se vuelve a hablar de usted, don Miguel, ya le digo, como ejemplo de independencia y valentía. Y es que nuestra vida política es cada vez más irracional, rabiñosa, cutre, mediocre, patológica, triste y convulsa. Que algunos se empeñan en que el camino hacia el futuro es hacer flashback. En Madrid, por ejemplo, solo hemos avanzado para retrasar los relojes. Esperanza Aguirre, que fue una especie de Margaret Thatcher de Lavapiés, rejuvenece en la figura invertebrada de Díaz Ayuso, muy Isabelona ella, eso sí. Madrid va a transformarse en la “capital del dolor”, por expresarlo con Paul Éluard, en manos de los tres dóberman negros de las derechas. Y las izquierdas, entretanto, haciéndose oposición a sí mismas, ya ve.

Así están las cosas, don Miguel, y no le cuento más para no inflamarle la bilis. España es un país a medio hacer o medio deshecho, según se mire. Y quizá por eso le sacan a usted en procesión en cines, en artículos, en teatros. Porque algunos intuyen en su figura un referente —como dicen los cursis— de coraje. “Venceréis, pero no convenceréis”, ya sabe.

Caricatura de Miguel de Unamuno realizada por Bagaría

Tengo delante de mí, don Miguel, en el escritorio, la caricatura que le hizo a usted Bagaría. En ella lo comparaba con una lechuza o un búho. Por cierto, que la lechuza, usted lo sabe, pues fue filósofo de andar y ver y catedrático de griego (aunque Valera cuenta que le otorgaron a usted la plaza no porque supiera la lengua de Aristóteles, sino porque era el único de los candidatos que más posibilidades tenía de aprenderla), es el animal que representa a Palas Atenea, la diosa de la sabiduría.

Pero aquí, que se ha fabricado de todo, incluso políticos y partidos prestigiosamente corruptos, ya no hacen gafas como las que usted se encajaba en la nariz corvina y euskalduna. Y esa carencia donde mejor se advierte es en el gremio de los intelectuales, que se alimentan de silencio y lugares comunes como los cerdos de inmundicias.

No se extrañe, pues, don Miguel, que por estas tierras no tengamos más sabios que Perogrullo ni más búhos que los disecados, porque este es un país de gallinas. Créame que se le echa de menos. Ya no hay nadie que no tema designar a las cosas por su nombre. Nadie que ponga el grito en el cielo o donde se tercie. Nadie que llame al pan, pan y al vino, vino. Porque, hoy, la gran mayoría de intelectuales asiente a todo lo que les dicta el poder. Que todavía no he oído una palabra de los savateres, los vargasllosa y demás contra la Europa egoísta, miserable y fenicia que deja a su merced al Open Arms en el Mediterráneo.

Cuántas veces no habré repetido, don Miguel, que con diez unamunos escribiendo en los periódicos y haciendo justicia en las Españas otro gallo nos cantaría. A hombres como a usted es a los que deberían clonar, porque usted era uno de esos tipos raros que solo acatan su propia ley; que no temen contradecirse, desdecirse, arrepentirse, afirmarse negándose; que se ponen por montera los convencionalismos y que, de vivir hoy, se pasaría muchas impuestas cricadas sociales por lo más noble y blando de la horcajadura. Lástima que, a pesar de las películas, de las obras teatrales, de los artículos, de toda esa inmortalidad de cartón piedra, usted se fuera un día de diciembre dejando a España huérfana de padre.