Estos padrazos aragoneses que han devuelto a la hija india a los corrales por no ser niña, sino mujer, como decía la canción, son los Schettino de la adopción. Es posible que así, a bote pronto, el nombre de Francesco Schettino no sugiera la cobardía y el desastre. Pero si recordamos que Schettino fue el capitán del Costa Concordia, el crucero que naufragó hace media década, en seguida acudirá a las mientes la hazaña de este corajudo lobo de mar, hoy travestido en escritor superventas: mientras la tripulación forcejeaba por conseguir un hueco en los botes salvavidas, Schettino contemplaba la catástrofe ya desde tierra firme y con la ropa seca.

Aduciendo que han sido estafados por la agencia india de adopción Udaan, que les entregó a una cría no de siete, sino de trece años —la infancia terminará vendiéndose en Amazon, y hasta habrá descuentos y un Black Friday—, los padres adoptivos de esta adolescente le han negado ahora el salvavidas, pese a que desde enero había compartido techo y mantel con la pareja. De repente, sin embargo, les ha ofuscado una crisis de dadaísmo mental o así y la joven naufraga desde hace días en los estantes de los objetos perdidos, entre las cuatro paredes de un centro tutelado donde las olas son papeles a merced del Leviatán de la burocracia. Maneka Gandhi, la ministra india de Desarrollo de la Mujer y el Niño, se rasga en Twitter el sari de color azafrán y exige que se devuelva inmediatamente a la cría a su país de origen, “donde nos aseguraremos de su reinserción y custodia”. Dicho sea sin animus jodiendi, señora ministra, ¿por qué eso mismo no lo hizo usted antes? ¿Por qué prefirió encomendar a la chiquilla a Shiva, a ver si, con suerte, la acogía entre algunos de sus ocho brazos? Pero se conoce que el dios estaba demasiado ocupado tocando el tambor en la playa y bailando la noche blanca en el Pachá de Ibiza. Vamos, que fingía estar Babia. Como usted.

Por otra parte, ignoramos el modo en que los padres adoptivos de la adolescente se deshicieron de ella. Pero lo han hecho, eso sí, sin mirar atrás, como los héroes de Hollywood. Tal vez telefonearon a un mensajero de Seur, oiga, que el producto está defectuoso, no es normal que con siete años menstrúe, venga a recogerlo. O quizá tejieron con amorosos juncos del río una cesta en cuyo fondo depositaron a la niña y un bocata de fuagrás para el viaje, que Moisés y el Nilo pasan por Zaragoza, y los echaron a navegar en las aguas enclenques y agosteñas del padre Ebro.

Ellos, los padrazos, se marcharon a casa con la ropa seca, como Schettino, y con el vale de devolución en el bolsillo. Impusieron sus derechos como consumidores ejemplares, faltaría más. El jarro de agua fría, todo un niágara, le cayó a la adolescente, a la más débil, a la más indefensa. Pero no importa. Dicen los servicios sociales que lo mismo le buscan otra familia, que la chica, al haber sido adoptada, es ya tan española como el cocido o la chapuza. Y, si no, que en octubre se la ofrezcan a la Virgen del Pilar y asunto resuelto.