Alguien podría creerlo, pero no me he confundido con el título. No quería decir “Nobody”, aunque podría decirlo. “Nadie” también sería un buen título.

Nobody era una niña de solo dos años. Una niña como cualquier otra, a la que la lotería del destino le hizo nacer en Mali, como podría haber nacido en otro lugar y en otro entorno. Pero el destino enfiló a Nobody desde el primer suspiro, y se lo puso difícil. Tan difícil que quienes la querían no vieron más salida que meterla, siendo todavía un bebé, en una patera, y que cruzara el océano en busca de una vida mejor. O, mejor dicho, de una vida.

Tenía dos años. La misma edad en la que, antes de que el Covid19 lo alterara todo, nos planteamos si llevar o no a nuestras criaturas a la guardería por si cogen un constipado inoportuno. La misma edad en que, ahora, nos cuidamos de llevarlas al parque porque no corran ningún riesgo de contagio.

Los padres de Nobody no podían plantearse nada de eso. Si alguien les hubiera hablado de guarderías, constipados o parques, le hubieran mirado como si le hubiera salido un cuerno verde en mitad de la frente. Su única opción era esa suerte de ruleta rusa que es una patera como medio y las Islas Canarias como fin. Pese a todo, estuvo a punto de conseguirlo. La niña llegó viva a la costa y en un hospital pusieron toda la carne en el asador para que saliera adelante, pero no fue posible. El esfuerzo del mar por engullirla había dejado demasiadas secuelas para salvarse.

La niña Nabody murió en España, y su pequeño cuerpecito hacía el número 19 de los que no llegaron en la llamada “ruta canaria”, una de tantos caminos a la tierra prometida que acaban en desastre. La niña murió en España, un país que ignoró su muerte, entretenido entre la enésima vuelta política de la capital de España y el testimonio por entregas y en prime time del infierno doméstico sufrido por la hija de una famosa desde hace más de un cuarto de siglo.

Nadie hablará de ella cuando haya muerto, como nadie habló de ella el poco tiempo que vivió. Ni de ella, ni de todo lo que representa, que son unas condiciones de vida tan terribles que cualquier opción es mejor que quedarse donde está.

En un macabro juego de palabras, la pequeña Nabody se convirtió en Nobody. Nadie. En realidad, lo que siempre había sido. Debería darnos vergüenza.

SUSANA GISBERT

Fiscal y escritora (twitter @gisb_sus)