La razón y lo razonable no están de moda, no son tendencia y, por lo tanto, brillan por su ausencia. Ahora lo que se lleva, lo que lo peta, es lo emocional, los sentimientos como norma suprema del comportamiento. Del "cuídate, ámate, quiérete, valórate y sé tú mismo" para cuidar la salud mental y el equilibrio personal se ha pasado al narcisismo y al egoísmo absolutos.

El empoderamiento individual se ha hecho a costa de olvidarse del prójimo. En el ámbito de lo colectivo ocurre lo mismo: la identidad y el sentimiento grupal se anteponen a la empatía y el bien común, como lo vemos a diario en los parlamentos, en las tertulias y en las redes sociales. El individualismo alimenta la polarización en cualquier esfera.

La publicidad y el marketing de las emociones hacen el resto y, casi sin darnos cuenta las pantallas y los auriculares nos aíslan de nuestro entorno inmediato para evitarnos la erosión del roce y el trato cara a cara, que mirarse a los ojos parece ya una proeza insuperable.

La gran derrotada del combate entre lo racional y lo sentimental es la verdad. Los hechos importan poco, de ahí la crisis del periodismo riguroso y veraz, que se ve desplazado por el ensanchamiento sin límites de los espacios de opinión en detrimento de la información. 

En el contexto descrito florecen los bulos y las mentiras cada vez más descaradas que engordan las teorías negacionistas que aniquilan la confianza en el sistema democrático y enfatizan el personalismo de los liderazgos más autoritarios, chulos y crueles.

Por eso resulta tan oportuna la última campaña de la Dirección General de Tráfico que recuerda "más de 40 millones de desplazamientos diarios y todavía algunos... Piensan que van solos" y tiene como lema "Conducir es compartir." El olvido de la empatía y el auge del individualismo tiene como primera consecuencia el aumento de la temeridad, del descaro y, en definitiva, de la desfachatez en todos los terrenos. 

Vivir es compartir y dejar de competir, ser menos individualistas y más empáticos. Ponernos en la piel y en los zapatos de nuestros adversarios políticos, conocer cómo se trabaja en el departamento de al lado de nuestra empresa, cómo se vive en los barrios que no son el nuestro, sustituir el codazo por el abrazo y tantas otras cosas que nos hacen convivir en armonía y que la vida no sea un sinvivir.