Es difícil explicar la defensa a ultranza del dictador Francisco Franco Bahamonde en público, por lo que los franquistas recurren a permanentes excusas y eufemismos. Uno de los ejemplos más claros es el de la estatua que se encuentra en Melilla, incumpliendo de manera flagrante la Ley de Memoria Histórica. En este bastión de la derecha, el Ayuntamiento lo mantiene allí porque no es un homenaje al “Generalísimo Franco”, sino al “comandante Francisco Franco, héroe de la campaña de África y liberador de Melilla”. Sería impensado que en Alemania hubiera un monumento en honor a Hitler, pero al Hitler pintor, por ejemplo.

Así estamos, de excusa en excusa, y tiro porque me toca, con la exhumación del tirano de su mausoleo del Valle de los Caídos. Lo más preocupante es la complicidad de una justicia que parece haberse quitado la venda, pero solo del ojo derecho. Y para más inri, el auto del Tribunal Supremo, que suspende cautelarmente la exhumación, incluye en su argumentación que Franco fue jefe de Estado desde el 1 de octubre de 1936. Habría que preguntar a los magistrados qué cargo ocupaba Manuel Azaña en esos días, porque los libros de historia aseguran que era el legítimo presidente de la República. Su defensa de la democracia no ha recibido un homenaje a la altura. Él, como Lluis Companys y muchos otros, son los verdaderos héroes que se enfrentaron a los sublevados.

La familia Franco se ha salido con la suya. Su plan, evidentemente, es que esto se prolongue sine die y, de momento, lo están logrando. Suerte tienen que viven en un estado de derecho garantista, que les permite defender sus intereses, como no se permitió a ningún crítico durante el gobierno del dictador al que defienden. El problema es que en ese estado de derecho, la justicia parece demasiado laxa hacia un lado y demasiado dura hacia el otro. La exhumación de Franco fue aprobada dos veces en el Congreso de los Diputados y el Valle de los Caídos fue considerado una anomalía por los relatores de la ONU que lo visitaron. Los que luego se llenan la boca autoproclamándose constitucionalistas, se saltan a la torera las decisiones del Congreso y miran para otro lado cuando Naciones Unidas insta al Gobierno a la resignificación del monumento de Cuelgamuros.

La derechona insistía una y otra vez en que no había que reabrir viejas heridas. Esas heridas cerradas no permiten hoy aprobar los presupuestos en Andalucía, porque Vox se opone a que se incluyan partidas para la Memoria Histórica. La lucha entre los partidos de derecha se juega, otra vez, en el espacio de la ultraderecha, cuando todavía queda mucho por pactar en el resto del país.

Pero las buenas noticias, esta vez, llegan desde Dinamarca, donde la socialdemocracia ha recuperado el liderazgo. La rectificación de los países nórdicos puede ser la antesala de un cambio de tendencia en Europa. Desde España y Portugal, en el sur, y desde Suecia, Finlandia y Dinamarca, en el norte, se puede producir un efecto contagio para que ya no haya Salvinis, ni Orbanes y, ya que gustan tanto los eufemismos, tampoco haya nostálgicos fronteras adentro.

Enric Sopena es Presidente Ad Meritum y fundador de ElPlural.com