Martin Luther King soñó un día que todos los hombres eran iguales. Soñó ver caer las fronteras que durante siglos los separaron. Martin Luther soñó derribar las fronteras invisibles, las más fuertes y pagó su soñar con la vida.

Las fronteras en Europa, después de años en el recuerdo y la historia, vuelven a la actualidad y a ser motivo de preocupación y vergüenza. La pregunta es cómo algo tan etéreo ha causado tanto dolor y ha separado a los seres humanos para beneficio y perjuicio de unos y otros.

Recordar a Erasmo sorprende por la clarividencia de sus planteamientos. Testigo de la división que produjo la Reforma Protestante, lanzó la idea de una Europa unida sobre una misma religión, una vez limadas las diferencias con el latín como segunda lengua común. Más tarde, fue Kant quien puso sobre la mesa la idea de una Federación de Estados Europeos que, añadiendo a su profundo racionalismo su confianza en el progreso humano constituía los cimientos de la “Paz Perpetua”, de una humanidad políticamente unida. Por estas ideas y otras parecidas, Federico Guillermo III de Prusia instó al silencio a su autor.

Tiempo después, para evitar repetir la catástrofe de la Segunda Guerra Mundial, Europa se planteó iniciar un camino a la unidad, en busca de una sociedad igualitaria con la progresiva desaparición de las fronteras y la armonización de sus economías. La UE es uno de los grandes logros de la historia de la humanidad, la mayor unión de países que se ha dado nunca basado en el principio moral de tratar a todos sus habitantes como iguales, con independencia de su origen, raza o condición con un sentido muy civilizado de lo que debería ser la convivencia entre los pueblos.

Pero la desaparición de las barreras políticas no quiere decir que desaparecieran las fronteras invisibles, esa manera de establecer categorías, lo mío frente a los otros que puede revestir formas que van más allá de la geografía. Pero en pocos años las cosas han cambiado mucho en Europa. Una crisis financiera que provocó otra crisis económica aún más profunda, la aparición de oleadas de refugiados en el este y del terrorismo islámico en el interior, ha hecho resurgir los viejos fantasmas de antaño y se ha demostrado la fragilidad de la Unión. Lo que durante un tiempo permanecía difuminado, ha reaparecido con toda su nitidez, porque las fronteras invisibles jamás desaparecieron en Europa. Frente a unos atentados terroristas descabellados y agitado el miedo por unos políticos populistas y unos periodistas irresponsables, vemos con estupor cómo se reviven antiguas barreras. Reino Unido, Austria o los países del Este de Europa, se preparan para imponer nuevos controles en sus fronteras. Corren tiempos insolidarios.

Cómo algo tan etéreo ha causado tanto dolor y ha separado a los seres humanos para beneficio y perjuicio de unos y otros

Empezamos una Presidencia de la UE austriaca fijando las prioridades en la migración, la seguridad y el control de fronteras. Los movimientos migratorios se han convertido en un asunto que amenaza con hacer tambalear la UE, enfrentando a los países y desestabilizando gobiernos europeos.

El documento europeo acordado para abordar los movimientos migratorios no deja claro cómo se va abordar el problema. Es un papel de mínimos y casi sin intenciones. Hay una idea que oscila en las cabezas de gran parte de los responsables europeos. A mayor inversión en África habría mayor probabilidad de dinamizar las economías de los países de origen de la migración. Pero la clave es como se articularían esas inversiones en países con gobiernos extractivos de dudosa capacidad para gestionar estos recursos financieros sin que terminen acabando fuera del canal propuesto y de los objetivos buscados.

A pesar de que los movimientos migratorios en 2018 apenas llegan a 50.000 en la primera mitad del año frente al millón que llegó en 2015 o los 360.000 de 2016, los partidarios de cerrar las fronteras y de desarrollar políticas de migración intransigentes ganan peso en Europa. Todos sabemos que continuará la diáspora africana mientras continúe la mísera en estos países. Pero no nos engañemos, las verdaderas fronteras no son las alambradas de Melilla o de Calais ni los guetos de Bruselas o Paris, tampoco las barreras que cortan el paso a los refugiados en los Balcanes; las fronteras son las vallas mentales de los que se quieren proteger del contagio y unos a gritos y otros desde su silencio defienden el cierre de fronteras para sentirse protegidos no del flujo de refugiados, sino de las ideas, valores y religiones diferentes que traen consigo. Cada vez se ven más banderas diferentes ondear en los cielos de Europa.

Pero quizás, volvamos a ver lideres o pensadores europeos que ante la sinrazón de las alambradas y el plomo de los controles abran las puertas a la esperanza de una Europa más solidaria y progresista. La misión de la UE debería ser extender el conocimiento y seguir trayendo esperanza a este mundo. Stefan Zweig vio un rayo de esperanza desde la amargura de su exilio cuando afirmó que nadie era más libre que un apátrida.

Años después de Luther King, John Lennon soñó también en derribar fronteras; soñó que no había países ni religiones y que todo el mundo vivía en paz. Se reconoció a sí mismo como un soñador y llamó a que los demás nos uniéramos a él. También pagó con la vida su soñar; la historia se repite; sólo queda la esperanza de que vuelvan los grandes líderes de la UE que continúen defendiendo sus verdaderos valores. Unámonos a King y denunciemos alto y sin temblarnos la voz que las fronteras son barreras al progreso. Y esperemos que su eco se deje escuchar en Bruselas.