Un tonto incendia un pueblo, pero cuando son varios los tontos los que se acercan con sus antorchas en la mano, el siniestro puede ser total. Un fraude electoral puede comenzar por acabar con la esperanza de muchos que confiaban honestamente que los dirigentes del Partido Popular. Todo tiene su explicación.

Como un tsunami el cierre de los mercados de capitales anula las expectativas de consumo, hunde la inversión, aniquila el flujo financiero necesario en una economía de mercado. Es como atender a un enfermo en urgencias con una parada cardiaca: la sangre no riega el resto de los órganos que comienzan a dejar de funcionar. La demanda agregada sucumbe, el consumo y la inversión se hunden, cierran las empresas, aumenta el desempleo.

El primer tonto, antorcha en la mano, ha sido el Banco Central Europeo, incapaz de suministrar liquidez al sistema, de dar un masaje cardiaco, una transfusión que riegue de una vez por todas nuestras estructuras y nos salve de la coyuntura. Se niega Alemania, sabedora de que la transfusión proviene en gran medida de su economía; una posición egoísta, comprensible desde el punto de vista local, enloquecida desde el punto de vista europeo.

El segundo tonto, antorcha en mano, es aquel médico que pasaba por allí y piensa que el paro cardiaco se arregla escayolando una pierna al infartado. Hagamos una reforma laboral y todo se arreglará, o, al menos, lograremos que los trabajadores transfieran rentas a los empresarios. Una reforma del mercado de trabajo que traerá crecimiento como salud a un enfermo del corazón escayolándole una extremidad.

Un grupo de tontos quienes, también por allí, gritaban a lo largo de una legislatura aquello de que cuando se fuera Zapatero el enfermo sanaría, el flujo volvería a regar a todos los órganos, porque, ¡ay!, el problema es la falta de confianza que el presidente saliente generaba en los agentes económicos.

Varios tontos, también entorchados, se dedican a emitir informes en las universidades, tratando de dar credibilidad a la tontería, reconociendo que el problema son las necesarias reformas estructurales, especialmente la reforma del sistema educativo. Sin comentarios (¿qué tiene que ver el sistema educativo, probablemente reformable, con la falta de liquidez en el sistema financiero?).

El tonto de siempre, no podía faltar, es aquel que piensa que reducir el déficit público es garantía de crecimiento. Con los mercados cerrados y al no poder endeudarnos, debemos reducir el déficit que no podríamos pagar. Pero de ahí a hacer de la necesidad virtud, de incluir en la Constitución la prohibición para siempre de déficit púiblico, es volver a los neoclásicos en la literatura económica del XIX, gente sesuda e inteligente, quienes, llevados al siglo XXI no parecen más que anacrónicos.

La recesión no es más que el sumatorio de una gran estafa que hemos venido llamando crisis, y la acumulación de respuestas por parte de los tontos, antorcha en mano, quienes, según el Banco de España, llevarán a la economía española a cifras de nuevo negativas.

Aparece el último tonto, el que con la mayor de las antorchas, hace acompañar desde el Consejo de Ministros un ajuste fiscal del sector público con un ajuste del sector privado. El que le sube los impuestos (IRPF) a los trabajadores, a las clases medias y menos favorecidas, a las bases liquidables de un solo euro, matando sin rectificación el consumo, el ahorro y, por lo tanto, la inversión. Es como quedarse mirando al infartado, a ese que no le fluye la sangre, el que tiene el sistema financiero paralizado. De repente, subirle los impuestos directos es como apagar la máquina que le mantenía vivo, la sonda que le daba un hilo de vida, permitiendo que se apague su consumo, su inversión, que no vuelva a respirar durante mucho tiempo. Durante mucho tiempo.

Antonio Miguel Carmona es profesor de Economía, Portavoz de Hacienda del PSOE de la Asamblea de Madrid y Secretario de Economía del PSM-PSOE
www.antoniomiguelcarmona.wordpress.com