A veces tengo la sensación muy clara de que la historia de la humanidad se ha movido siempre en la tensión de dos contrarios: la luz y la oscuridad, el bien y el mal, la solidaridad o el egoísmo, la empatía o la psicopatía y el narcisismo, la grandeza o la miseria. Porque no hay mayor miseria que la que lleva al ser humano a despreciar al otro y a todo aquello que no le conviene a su propio interés, lo cual suele ser, en estos tiempos de lechuzas negras (como diría Julio Cortázar), el pan nuestro de cada día.
Décadas de neoliberalismo han resucitado a las tinieblas que están expandiendo las extremas derechas en España y en el mundo; y una parte de las sociedades occidentales, los demócratas, están, estamos muy desasosegados ante el panorama que tenemos todos ante ese viraje hacia la oscuridad que estamos viviendo. Estamos retrocediendo hacia modelos que creíamos obsoletos, modelos de intolerancia, de sinrazón y de fanatismo que han estado siempre presentes en los peores episodios que ha vivido la humanidad en su historia: guerras, dictaduras, genocidios. Y se nos hace difícil encontrar una esperanza en el horizonte.
El gran Eduardo Galeano, autor de títulos emblemáticos como Las venas abiertas de América Latina (1971), hablaba de ese horizonte y de la utopía en El libro de los abrazos (2003); en él narra una anécdota que presenció cuando un alumno, en una conferencia universitaria a la que los dos asistían, le preguntó al cineasta, poeta y pintor argentino Fernando Birri para qué sirve la utopía. Birri le respondió con unas frases que se han convertido en una idea icónica sobre la búsqueda de un mundo mejor: “La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos y ella se aleja dos pasos. Entonces ¿para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar”. Quería decir que la búsqueda de una sociedad mejor, de un mundo más justo y humano es un proceso continuo y necesario; y, aunque la utopía se puede percibir como un ideal inalcanzable, es fundamental no perderla de vista si se quiere avanzar hacia un futuro mejor.
Aunque estamos viviendo tiempos distópicos, y, aunque en España estamos padeciendo verdaderos despropósitos, como en el ámbito de la Justicia, intentamos seguir creyendo en ella, a pesar de un sector de ella que parece mostrarse aliado de las derechas en el acoso y derribo del gobierno. Y queremos seguir creyendo que vivimos en una democracia, y que al gestor público que roba, o prevarica, o malversa dinero público, o actúa contra la vida, la salud o la integridad de las personas, o provoca grandes males o tragedias, por acción o por omisión, va a dimitir o va a rendir cuentas ante los tribunales y la ciudadanía.
Aunque la mayoría de los desmanes y barbaries que han ido cometiendo las derechas neoliberales a lo largo de varias décadas han quedado impunes, algunos no se han ido de rositas, como el francés Sarkozy, condenado por corrupción, en 2021, por un tribunal francés a tres años de cárcel. Y hace pocos días, uno de los grandes neoliberales que más daño ha hecho a su país y al mundo entero, Jail Bolsonaro, presidente de Brasil desde enero de 2019 hasta enero de 2023, ha sido condenado por el Tribunal Supremo brasileño a 27 años y tres meses de cárcel; por haber conspirado contra el orden democrático, con un golpe de Estado, tras su derrota en 2022 frente al actual presidente Lula da Silva.
Bolsonaro, fiel representante de la extrema derecha neoliberal y ultra capitalista, ideó una política económica basada en la explotación de la Amazonía que multiplicó la deforestación en un 50% en la región amazónica de Brasil, dejándola agonizando y, con ello, asfixiando al último pulmón verde del planeta. Puso en gravísimo peligro, además, a cientos de comunidades indígenas que tuvieron que abandonar sus tierras quemadas y contaminadas.
Junto a Bolsonaro han sido condenados a prisión varios de sus ministros y mandos militares por delitos contra la democracia, intento de abolición del Estado democrático de derecho, golpe de Estado, organización criminal y deterioro del patrimonio protegido. Ha sido considerado por la oposición como el líder de una “organización criminal” que conspiró para impedir que el actual presidente, da Silva, asumiera el poder, a través de un asalto violento a la Presidencia, el Parlamento y el Tribunal de Justicia, con el fin de imponer en Brasil una dictadura de ultraderecha.
Ciertos paralelismos observamos entre las actuaciones del neoliberal brasileño y sus homólogos españoles, que no quieren aceptar que estamos en una democracia y que Sánchez es el presidente legítimo de España. Afortunadamente en Brasil las barrabasadas de ese personaje siniestro y tirano han sido juzgadas y condenadas.
Los biocidios cometidos por Bolsonaro contra la Amazonía han sido, en realidad, verdaderos crímenes contra toda la humanidad, porque lo que es patrimonio de la humanidad entera no puede ser privatizado, vendido ni destruido, algo que les encanta hacer a las derechas y extremas.
No es fácil mantener la esperanza en un mundo tan distópico y tan engullido por la voracidad neoliberal y la sinrazón, pero la utopía sigue percibiéndose en el horizonte, luego seguimos caminando.