La filósofa, historiadora, politóloga y profesora norteamericana de origen alemán Hannah Arendt decía que “la muerte de la empatía humana es uno de los primeros y más reveladores signos de una cultura a punto de caer en la barbarie”. Ella había nacido en Alemania en 1906, de familia judía, vivió de cerca el nazismo y la destrucción provocada por los nazis, esos monstruos que seguían a Hitler. Quedó tan impactada por aquel infierno que necesitó entender el totalitarismo y la maldad humana para dar sentido a su historia vital, y a su posterior condición de apátrida, al perder su nacionalidad alemana.

En su libro Los orígenes del totalitarismo (1951), analiza y profundiza en los componentes sociales, culturales y políticos que permiten que triunfen las ideologías y los sistemas dictatoriales y totalitarios. Llega a muchas conclusiones, una de las cuales es esa idea de la muerte de la empatía, esa capacidad de interesarse y ponerse en la piel del otro, y que es, según expone en su libro, la pieza clave para entender las dictaduras y los autoritarismos.

En la España del siglo XXI es fácil percibir esa muerte de la empatía. O, como poco, anda en cuidados intensivos. En España y en el mundo. Esa muerte va pareja al auge progresivo de la voracidad y el totalitarismo político, y, por tanto también ideológico, social y cultural, que han ido imponiendo en el mundo los neoliberales desde la década de los 90. Poco a poco se ha ido incrustando esa voracidad y esa destrucción de la ternura, la fraternidad y  los valores solidarios y democráticos en la conciencia colectiva. Y siguen en ello. Han creado maquinarias mafiosas de corrupción donde todo o casi todo les sea propicio: Justicia, prensa, educación, y, por supuesto, la colaboración, tan importante, de la Iglesia católica, siempre al lado de los oprimidos, de palabra, y al lado de los opresores de hecho.

La empatía es una maravillosa cualidad humana que tenemos, más o menos, casi todos, excepto solamente los psicópatas (o narcisistas extremos) y sociópatas, que carecen absolutamente de ella; esa capacidad que nos lleva a preocuparnos por los otros ha descendido de manera contundente en nuestra sociedad, en una escalada sin freno de la maldad, la crueldad y la insensibilidad, como digo, alentada por las derechas neoliberales. Y todo ello no son palabras vacías, sino algo que es comprobable con las estadísticas respecto del aumento de narcisistas y psicópatas en las sociedades actuales. Y es que la maldad requiere de un dispositivo socio cultural acorde que la respalde. Las ideologías voraces de las extremas derechas son ese dispositivo que, además de contaminarlo todo, están alentando, normalizando y legitimando la irracionalidad, la crueldad y la maldad.

Eso explica muchas cosas, como el odio a los inmigrantes que se ha infiltrado en la conciencia de mucha gente ante los mensajes xenófobos de las derechas y extremas. Y no es cuestión baladí. El nazismo pudo ser porque se inundaron las mentes de los alemanes de odio contra los judíos y los que no encajaban en la raza aria. Los episodios de violencia contra los inmigrantes en Torre Pacheco son un ejemplo muy  claro de esa escalada de odio “al diferente” que promueven siempre los fascismos y los fanatismos ideológicos. Es la barbarie de la que hablaba Hannah Arendt. Son los discursos de odio, los bulos que contaminan la mente de los desinformados y de los fanáticos.

Uno de esos inmigrantes era Abdou Ngom, aquel senegalés que protagonizó aquél abrazo desesperado y lleno de lágrimas con una voluntaria en 2021; un abrazo que saltó a todos los titulares de prensa, tal es de extraña la empatía en este país tan regado de insensibilidad y de crueldad. Abdou, con tan sólo 27 años acaba de morir hace pocas semanas. Estoy segura de que de dolor, de precariedad y del sufrimiento que llevaba en su corazón. Qué tristemente equivocado estaba al jugarse la vida por querer venir a España. La muerte de Abdou es una especie de símbolo de esa insensibilidad tan terrible que nos inunda en la sociedad actual.

Si nos fijamos en el genocidio inasumible que están cometiendo los israelíes en Gaza, el horror es insoportable. La ONU denunciaba hace unos días que los gazatíes, especialmente los niños, son cadáveres andantes, mientras hay 6000 camiones de ayuda humanitaria bloqueados. Y van más de 26.000 niños muertos y heridos graves, muchos de ellos bebés. No hay palabras. Y no creamos que nos queda lejos. Todo está interrelacionado. Esta aberración está condenando a la humanidad entera, y sienta precedente para que ocurran otras similares más adelante. Y ¿qué pasa con los que les aplauden, entre ellos las derechas españolas, PP y Vox? ¿y qué pasa con los que permanecen en silencio? ¿ y la iglesia y su obsesión por los niños no natos? ¿Acaso los niños palestinos no son niños y no merecen que salgan a Colón a clamar por su vida?

Llamo espiritual al que entiende el sufrimiento de los otros, decía Mahatma Gandhi. Efectivamente, la empatía, el entender cómo se siente el otro, es lo que nos otorga conciencia y humanidad. La empatía es, por tanto, verdadera espiritualidad. Nos tiene que doler el otro, y nos tiene que doler el mundo para escapar a la barbarie y poder salvarle.

Coral Bravo es Doctora en Filología