Cuántas veces habremos repetido eso de que todo es relativo, sin darnos cuenta de lo que implica. Hablar de la relatividad de las cosas no es un guiño a Einstein sino una especie de comodín del público para cuando no nos gustan las preguntas incómodas o no sabemos hallarle la respuesta.

Hoy las cosas son más relativas que nunca, y lo que parecía de importancia capital ha pasado a un tercer o cuarto plano si no ha desaparecido por completo del catálogo de las cosas que nos interesan. Recordemos, sin ir más lejos, la cantidad de tiempo y de páginas de informativos que ocuparon en su día temas como los refugiados, el terrorismo islámico o el independentismo y el poco caso que les hacemos ahora, como no sea por relación directa con el monotema, la pandemia. Y así con todo.

Hoy en día todo gira alrededor de ese maldito bicho que ha vuelto nuestra vida del revés, y que se empeña en quedarse en ella. Y, aunque creamos que nos trata por igual, acaba dejando al descubierto esas diferencias que no deberían de existir. Somos iguales, pero hay quien es menos igual que otros.

Estas desigualdades las llevamos viendo a lo largo de esta crisis en muchas cosas. Estudiantes que pertenecen a familias con medios para facilitarles ordenador y conexión frente a quienes no pueden contar con ello, personas que no tiene donde confinarse frente a confinamientos de lujo, precariedad laboral frente a seguridad y muchas cosas más que desequilibran la balanza del lado más vulnerable. En definitiva, pasos atrás.

Ahora nos encontramos con las polémicas medidas adoptadas en Madrid, que diferencian, una vez más, unos barrios de otros. Y siempre lo peor cae de la parte más débil. Leía en un tuit que hay zonas de la capital cuyos habitantes no pueden tomar una cerveza a las diez y media de la noche, pero sí pueden viajar en un metro atestado para servirla en otro barrio más favorecido por la las circunstancias. Y eso es difícilmente explicable, sin duda. ¿De verdad era necesario marcar esas diferencias?

No tengo respuesta a esa pregunta, como tampoco la tengo para muchas otras que cada día nos hacemos. Solo se me ocurre acudir al famoso comodín de la llamada y decir que todo es relativo. Ni sí, ni no ni todo lo contrario. Bendito sea Einstein. Aunque, la verdad, no sé que pensaría si levantara la cabeza.