Siempre he percibido que las personas más inteligentes tienen un enorme sentido del humor. El sentido del humor es, sin lugar a dudas, uno de los mayores síntomas de la inteligencia. El humor y el conocimiento son las únicas grandes esperanzas de nuestra cultura, decía el investigador y animalista austríaco Conrad Lorenz. Por eso, entre otras cosas, en España vamos tan mal, porque carecemos, en buena medida, de los dos. Y por eso, desde el jueves pasado, día 22 de febrero, fecha del fallecimiento de Forges, en este país tenemos menos esperanzas; y no lo digo de manera simbólica, sino, a la vista del contexto político-social que nos rodea, lo afirmo de manera totalmente literal.

Las viñetas de Forges han sido siempre, y muy especialmente desde que se inició la siniestra era neoliberal, un soplo de aire fresco que nos ha llenado de aliento los pulmones y nos ha ayudado a esbozar, pese a todo, una gran sonrisa. Me le encontré por primera vez siendo casi una niña, a través de un gran ataque de risa al mirar una de sus viñetas de aviadores, viñeta que, por cierto, aún sigo buscando porque no la he vuelto a encontrar. Desde entonces he sido una fiel admiradora y seguidora de Antonio Fraguas, porque, a través de su maravilloso sentido del humor, ha hecho mucho más por este país que una legión de esos patriotas que en los últimos tiempos tanto proliferan. De hecho, en un tablón de notas de mi mesa de trabajo tengo varias de sus viñetas. Una animalista, otra laicista, y una tercera sobre la indecencia neoliberal.

Laicista, animalista, racionalista, demócrata, feminista, humanista comprometido con el progreso, mantenía esa actitud crítica y analítica de los que, en realidad, aman verdaderamente a su país mucho más que tantos devotos nacionalistas que se van a tributar a paraísos fiscales o fuera de España; aunque falsamente se autoatribuyan el monopolio de ese supuesto y febril amor patrio que esconde, en realidad, una gran dosis de sinrazón, de intolerancia y de fanatismo. Forges era lo contrario a todo eso. Con su enorme lucidez ha atestiguado cincuenta años de España, dejando en evidencia su sordidez, sus incoherencias, sus glorias y sus ruindades.

Las viñetas de Forges han sido siempre, y muy especialmente desde que se inició la siniestra era neoliberal, un soplo de aire fresco que nos ha llenado de aliento los pulmones 

Los maravillosos personajes de Forges, Mariano, Concha, el funcionario profundo, las viejas del pueblo, el yupi americanizado, el político corrupto, el jefe reaccionario y explotador..., son, en esencia, los arquetipos de los españoles, y representan las grandezas y las miserias de una sociedad que aún conlleva y soporta el influjo de su pasado. Y a través de ellos, desde sus inicios en el diario Pueblo, en 1964, hasta sus últimas viñetas en El País, medio con el que llevaba colaborando de manera ininterrumpida más de veinte años, ha retratado la evolución de España, desde los años grises de la dictadura hasta la época actual. Y así, con su maravilloso humor gráfico, Forges no solo ha dibujado medio siglo de la historia de España, sino también ha influido, con su criticismo y su genialidad, en ella.

Hombre comprometido con el progreso de su país, denunciaba con sus viñetas esa España negra, retrógrada y anquilosada que había, que hay que superar. Denunciaba las corridas de toros, el maltrato animal y la crueldad. En uno de sus dibujos un toro, literalmente llorando, le preguntaba al torero que le iba a dar muerte ¿Por qué?  Denunciaba con tesón el abuso de los neoliberales y los desmanes de la derecha. Denunciaba la estupidez y el mimetismo. Denunciaba la hipocresía del clero y la nefasta influencia de la religión en la sociedad española. Era frecuente ver dibujadas pezuñas bajo el faldón de sus obispos. En una de sus viñetas dibujaba a uno de ellos gritando, en su sermón en una iglesia, “Arrepentíos de nuestros pecados”. Así de sagaz, brillante y perspicaz era Antonio Fraguas.

Muchas veces, a modo de muletilla, he dicho en alguna conversación: “¿Qué haríamos en España sin Forges?”. Me temo que ya nos hemos quedado sin él. Sobreviviremos. Los neoliberales pasarán. Eso espero, al menos. Llegará el día, quizás, en el que la democracia vuelva a revivir y el país vuelva a progresar, aunque ahora nos parezca una utopía. No hay mal que cien años dure. Aunque habrá miserias que seguirán y durarán mucho más. El mundo seguirá girando. España seguirá existiendo. Habrá otros humoristas gráficos nuevos tan geniales como él, quizás. Algunos ya hay. Los Calvitos, o Paco Catalán, por ejemplo. Pero hoy siento que con Forges alguien y algo muy importante de este país se nos va, aunque el humor nos sea tan necesario. Me uno al homenaje que le han rendido los lectores de El País, con el lema: “Gracias, Forges”. Gracias por tanto.