Ha sido un fin de semana de convención, en que Aznar dio el relevo a su hijo apócrifo, mientras Rajoy, en un buscado apartheid, se reivindicaba en voz bajita. Nadie habló de corrupción en este fin de semana de la formación azul. Ni siquiera la gaviota del logo, que visto lo visto –el himno del partido ya ha cambiado-, se debe temer una sustitución por alguna otra ave, preferiblemente rapaz.

Mientras los populares se medían entre sí, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, sigue a su paso, buscando acuerdos para sacar los presupuestos adelante y avanzando en políticas sociales, muchas veces poco difundidas por la prensa cavernaria. El acuerdo con Podemos se planteaba como un balón de oxígeno para llevar adelante políticas progresistas, pero hay que ver qué trae el futuro. En un partido tan joven, los vaivenes son continuos. El acuerdo entre Manuela Carmena e Iñigo Errejón para jugar en otro equipo, podría entorpecer los criterios del núcleo inicial de la formación morada.

Un regate que ya intentó en su día Carolina Bescansa, con escaso éxito. Habrá que ver cómo se recompone el colectivo. Y, sobre todo, hay que esperar que estos años de gestión política hayan revestido a Podemos y a sus dirigentes de la suficiente madurez como para entender que lo importante, lo crucial, es unir la izquierda, porque la derecha no necesita que nadie la inste a unirse. Y si los conservadores tienen como objetivo el sillón de mando, en el caso de los progresistas, los fines son más elevados y por tanto más necesarios: atender a las necesidades de los ciudadanos, eliminar la desigualdad y la pobreza y dotar a este país de los valores y la modernidad imprescindibles, que los populares ya han ido recortando en tantos años al frente del Estado.

Un recorte al que volverán, sin duda, si consiguen retornar al Gobierno. Ahí está José María Aznar, con su carta de presentación de gran salvador de la derecha, señalando el territorio que tiene que ocupar el PP, como gran aglutinador de las ideas neoliberales, con “ayuditas” como las del ínclito Mario Vargas Llosa, y sin hacer ascos a la ultraderecha, por el contrario, alentando a sus miembros al retorno como hijos pródigos, largamente añorados. Casado es, pues, el hombre de Aznar para tal objetivo. Voluntarioso y dedicado, al nuevo presidente del PP se le ve deseoso de fajarse con quien haga falta para quedar bien con su padrino. “Liberaremos a la sociedad secuestrada por esa banda de fanáticos supremacistas”, clamaba Casado. En el cargo de profeta va implícita la intermediación entre lo divino y lo humano. La divinidad en este caso, sonreía complacida: “Es un líder como un castillo”, ronroneó Aznar.