Comparto con el común de los mortales de nuestra opinión pública que lo que ha sucedido es impresentable. La no conformación de Gobierno después de tantos meses convierte en inválidos a la mayoría de los que se dicen nuestros representantes para serlo. En especial a los cabecillas de los dos partidos que, según sus propias afirmaciones, venían a traer una nueva forma de hacer política, a regenerar nuestro sistema, y a acabar con los usos y vicios del bipartidismo. Tanto el señor Albert Rivera como Pablo Iglesias Turrión se han convertido en un problema existencial para sus partidos, Ciudadanos y Podemos y, lo que es peor, para el país.

Si sólo fueran un conflicto para sus formaciones, que, si no cambia lo sondeado en encuestas van a recibir un fuerte correctivo de sus votantes, dejando de serlo, no importaría. Allá sus correligionarios con ellos pues en el pecado de mantenerlos llevarían la penitencia. Sus militantes y organizaciones deberían depurar responsabilidades y poner al frente a personas que antepusieran el interés general del país a sus propios egos y aspiraciones de poder. El problema es que tenemos una nación detenida, a unas comunidades autónomas sin dotar presupuestos, unos servicios públicos sin renovar, y medidas económicas de reactivación urgentes por tratar y tramitar.

La amenaza de una nueva recesión en Europa y el “enfriamiento” de la economía española, la reforma educativa, el copago farmacéutico, la lucha contra la violencia machista, la exhumación de los restos de Franco del Valle de los Caídos, la Ley de la Memoria Histórica, la reforma del CGPJ, la ley del cambio climático o el aumento del gasto en Ciencia se quedan en espera, entre otro centenar de asuntos urgentes como las pensiones. Todo esto en puertas de una crisis que se nos puede venir encima por la ocurrencia de un no arrepentido Cameron y su referéndum en Inglaterra; de un Brexit duro que puede sumir a la Europa ya sintomática en un problema grave para la vida de todos, por las fantochadas de Boris Johnson. Abro un breve paréntesis para decir que el panorama de impresentables líderes internacionales es como de obra valleinclanesca, del esperpento más sangrante y aterrador.

No sé si el presidente en funciones, Pedro Sánchez, y todo su gabinete en las mismas funciones debieran haber hecho más para conformar un gobierno, tal y como indicaban el apoyo mayoritario, aunque insuficiente, de los comicios de abril. Nadie podrá negarle coherencia al menos al señor Sánchez cuando, ante las pretensiones de poder de Pablo Iglesias, esa diatriba de “o yo vicepresidente o elecciones” que hoy se cumplen, le aseguraba Sánchez: “si para ser presidente del Gobierno tengo que renunciar a mis principios, entonces usted está en lo cierto, yo no seré presidente ahora. Elijo mis convicciones, elijo proteger a España.”

No sé si el presidente en funciones, Pedro Sánchez, y todo su gabinete en las mismas funciones debieran haber hecho más para conformar un gobierno, tal y como indicaban el apoyo mayoritario, aunque insuficiente, de los comicios de abril

Sí parece probado con esto, que el cacareado y repetido mensaje de los líderes conservadores del “Trifachito”, Casado, Rivera y Abascal, de que le iban a dar lo que fueran a los populistas de Unidas Podemos o a los independentistas, se ha caído por su propio peso. Pablo Casado se conforma con recuperar las migajitas que parecen darle las intenciones de voto de los descontentos de Ciudadanos, después de haber encajado los peores resultados de la historia del Partido Popular. Sobre el señor Abascal y su montería contra las feministas y los homosexuales, mejor no pronunciarse de momento. Y el hombre que creyó que iba a “sorpassar”, el des-centrado Albert Rivera, dice, después de aquel brindis al sol pidiendo para su abstención una rectificación de algo que no era real y por tanto no había que rectificar, que si después del 10-N se produce la misma situación, él se compromete a poner en marcha el gobierno con quien salga de las urnas. ¿Y no podría haberlo hecho ya y nos ahorraríamos más meses cruciales de parálisis nacional, y destinar los millones de gastos de unas nuevas elecciones en lo que la ciudadanía demanda?

No hay país en nuestro entorno democrático, ni en la historia, hasta el momento, que haya convocado cuatro elecciones en menos de cuatro años. El único que se acerca es Israel con tres, y partidos que se suponen incompatibles ya han preestablecido una base para pactar un gobierno de concentración nacional que ponga al país en marcha. Debemos este triste récor a unos líderes que, dicen respetar las reglas del juego, y la democracia, a la ciudadanía, pero están en el miserabilismo de su ego y no en el servicio público. De esta cuarta elección hay que decir que, el iluminado Pablo Iglesias va a tener el dudoso honor de haber votado, en cuatro ocasiones, por acción u omisión, lo mismo que los partidos de derecha.

Qué triste honor para alguien que ha dado tantas clases de suficiencia moral, pero, al final, se ha comportado como un adolescente contrariado porque no ha conseguido ser el delegado de la clase. Intelectualmente impresentable, políticamente impresentable, democráticamente impresentable. Vamos a echar de menos el bipartidismo después de traernos, no la renovación de la nueva política, sino el enfrentismo de la CEDA y el Frente Popular en una de las épocas más tristes de nuestra historia. Las próximas elecciones no variarán demasiado los resultados salvo que, la ciudadanía, que se movilizó ilusionada con una posibilidad de progreso, va a acusar el desencanto. No nos merecemos dirigentes tan infantiles, con tan poca altura, y en un momento crucial de nuestra historia como país y continente.