Por pura lógica, en una democracia en la que los ciudadanos votaran pensando en sus auténticos intereses; el capitalismo y sus representantes políticos, nosotros la derecha, jamás podríamos aspirar a gobernar. Muy tonto tendría que ser un obrero para votar por un partido político que se presentara a si mismo como valedor de los derechos de los poderosos. Y he ahí nuestro gran secreto: no llamar nunca a las cosas por su nombre y, aún mejor, hacer creer a la mayoría que no son lo que parecen.

Nuestro primer y genial primer logro fue crear la denominada clase media. Había que quitar de sus cabezas la peligrosa teoría de la lucha de clases marxista, e ideamos una nueva clase social que no tenía, en principio, enemigos naturales contra los que luchar. Como siempre que nace algo nuevo, lo sustituido pasa a ser viejo y cae en desuso, y ¿quién quiere pertenecer a una clase social muerta?

Una vez conseguido el objetivo de que todos ustedes: trabajadores de la construcción, administrativos, médicos, mineros, empleados de una cadena de montaje (recuerden jamás usar la palabra obreros) o profesores, interiorizaron su pertenencia a esa nueva clase social, el siguiente y evidente paso era cambiar el nombre, que no el objetivo, de la nuestra. Y no crean que se trata de una simple cuestión estética, los nombres son mucho más importantes de lo que parecen. Así hemos pasado de empresarios a emprendedores y de banqueros e inversores a administradores de los mercados.

Pero es esta una carrera infinita hacia delante, en la que si nos detenemos la historia nos acaba atrapando. Eso es lo que ha estado a punto de ocurrir con la actual crisis económica provocada, como creo que ya a nadie se le escapa, por los ya mencionados mercados. Y aquí debo reconocer que hemos estado lentos en reaccionar, tendríamos que haber inventado hace tiempo otro nombre y con él otro objetivo de sus iras, pero aunque tarde, como siempre, hemos estado geniales. La nueva idea, ante la imposibilidad de negar la demencial avaricia de los mercados, es, y no me negarán que no somos atrevidos, hacerles creer que los mercados somos todos.

Los mercados buscan el mayor rendimiento tanto de los miles de millones del señor Botín o del señor Murdoch, como de los diez mil euros del miserable plan de pensiones de usted, querido lector. Esos mercados, que exigen que se congele la pensión de su madre viuda, que se limiten las plazas de los colegios públicos donde malestudian sus hijos, o que se cierren plantas enteras de hospitales públicos donde algún día será usted atendido (si consigue sobrevivir a la lista de espera), son los mismos que velan porque sus diez mil euros tengan un rendimiento del 6’5% si, sin que usted siquiera lo sepa, los han utilizado para comprar con ellos deuda española o italiana.

Gracias a que usted es mercado ganará 650 euros con esa operación, cierto que el señor Botín o el señor Murdoch ganarán varios cientos o miles de millones con la misma operación, pero al mismo democrático interés que usted: el 6,5%. Probablemente ese beneficio le servirá para aumentar con una pequeña cantidad de dinero la escasa pensión de su madre, para pagar clases extras a sus hijos o para contratar un seguro médico privado. Si con el dinero ganado no le llega, no sea tonto, no haga nada de lo anterior, reinviértalo íntegro y compre más bonos, aumente su plan de pensiones y así será usted aún más mercado. Porque no lo olvide: el mercado somos todos.

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