Este calor no es normal, esto va a ser lo del cambio climático, dicen muchos. Y no les falta razón. Las redes sociales no dejan de recoger, día si y día también, un aluvión de mensajes relacionados con el calentamiento global del planeta: récord de temperaturas para la fecha de ayer y hoy se espera que lo volvamos a batir, el mes más cálido desde que se tienen registros; el año más caluroso de la historia; en la última década se han dado 9 de los 10 años con récord de temperaturas… ¿Todavía necesitamos saber más? 

Es posible que, como señalan algunos expertos, el exceso de datos nos esté alejando del conocimiento. Los mensajes son categóricos, indiscutibles, pero como no entendemos a qué hacen referencia, lo dejamos correr. Ésto del cambio climático –dicen los más listos del bar- quien lo tiene que arreglar son los políticos, los economistas o las grandes empresas, nosotros poco podemos hacer.

Todo eso es cierto, pero el problema es que las opciones de mitigación del cambio climático precisan también una respuesta ciudadana. Si no queremos sufrir las consecuencias de una incertidumbre paralizante deberemos ser nosotros los que aceptemos como propios los cambios de hábitos que nos apuntan los científicos.

La constatación científica de que estamos viviendo un cambio climático y que el responsable es la actividad humana nos sitúa frente a una crisis socioeconómica de primer orden. Es nuestro modelo de civilización el que está más amenazado que nunca, y esta situación requiere una actuación urgente, solidaria y colectiva a partir del uso de las dos herramientas evolutivas que han conducido a la humanidad hasta nuestros tiempos: la técnica y la cultura.

Es evidente que la respuesta al calentamiento global debe ser científica y tecnológica y que la intervención de los gobiernos y las empresas es fundamental, pero la respuesta debe ser también ciudadana. Porque el cambio climático sigue avanzando aunque lo ignoremos o creamos que no va con nosotros, y su lucha requiere no tan solo una acción política y una fuerte apuesta económica, sino también un nuevo posicionamiento ético de la sociedad.

Nosotros mismos debemos ser los primeros en aceptar la responsabilidad ante las generaciones futuras y asumir el rol que nos corresponde ejercer aquí y ahora, solo desde ese compromiso individual podremos darle la vuelta a una situación que puede tornarse muy pero que muy complicada.

Debemos poner en marcha una verdadera revolución sostenible. Un giro en la manera de relacionarnos con el planeta que nos permita avanzar hacia una sociedad más eficiente en el uso de las energías, menos generadora de residuos, más responsable en el uso del agua y con un modelo de movilidad más sensato, basado en el uso de un transporte más limpio y eficaz. No podemos seguir escurriendo el bulto: en la suma de todas estas acciones individuales se haya el éxito de la respuesta al cambio climático.