La tauromaquia, ese espectáculo heredado de la España inquisitorial que consiste en torturar hasta la agonía y la muerte a un bóvido que ha nacido, como todo lo que nace, para vivir en paz, es muchas cosas, una monstruosidad, una injusta crueldad, un sadismo cínico y perverso, un anacrónico dislate, y un sinfín de sustantivos y calificativos más; pero también y, sobre todo, es una mafia. Y no porque lo diga yo; muchas personas informadas en la materia lo vienen diciendo desde hace lustros. Aunque no se les da voz. Y la tauromaquia es fascismo, es la soberbia de quienes se creen con el derecho a torturar y matar a otros seres a su antojo, y además hacer negocio con ello. No hay más que leer las recientes declaraciones del sacerdote de Villamuñio: “La vida de un torero vale más que la de todos los rojos juntos”. Tan piadoso él, y con tanto amor al prójimo...

La razón de ser de la tauromaquia se articula en torno a dos objetivos fundamentales, uno muy prosaico, la recaudación de dinero y financiación, y otro más imperceptible y profundo, el erigirse en un instrumento político de insensibilización y de embrutecimiento social. Ya sabemos, el pan y circo. Una sociedad embrutecida es más proclive a los abusos y más fácil de manipular. La estupidez de la tradición y el arte no es más que una excusa ridícula que justifica, ante los aficionados y adoctrinados en esta salvajada, algo que no tiene ni puede tener justificación en una España que haya salido de la negrura medieval.

El Estado español financia más que generosamente este dantesco espectáculo. Según fuentes diversas, el dinero público que nutre a esta barbarie supera los 700.000 euros anuales sólo de parte del Estado. Habría que añadir las ayudas a los ganaderos, más numerosas financiaciones por parte de las Comunidades Autónomas, de las Diputaciones y de miles de Ayuntamientos. Este mundo oscurantista y decimonónico, que vive del sufrimiento de seres vivos, es financiado con el dinero de todos, pese a que casi el 75 por cien de españoles le rechazan.

RTVE se gastó nueve millones de euros en programas taurinos entre 2007 y 2011. La retransmisión en directo de los Sanfermines nos cuesta a los españoles casi un millón de euros anual. Y lo que vemos es un derroche de excesos y barbaridades, y el terrible divertimento con el acoso y la agonía de animales confundidos y desesperados por escapar a ese infierno, un infierno sólo imperceptible por las almas yertas, burdas, zotes e insensibles que se divierten viendo sufrir y matar.

En ese contexto, en una de esas tardes “de olor a puros y orines”, como diría Larra, un torero, toreando, es decir, torturando a un animal, ha sido embestido por el toro y la herida ha sido mortal. Ignoro la proporción, pero diría que en estas absurdas luchas siempre muere el toro, excepto un caso entre un millón. Y muere en una lucha, repito, bárbara y absurda, en la que el torero elige ser protagonista, a la que nadie le obliga, exponiéndose a un peligro al que ha optado buscando fama y dinero. Lo llaman arte, pero sólo cuando muere el toro, que, por pura lógica natural, intentará defenderse, con las vísceras lastimadas, de ese atroz cortejo de muerte agónica al que es sometido. El toro que mató, desgraciadamente, a este torero, no hacía otra cosa que defenderse. Su muerte era segura. Y ahora lo es también la de todos los animales de su estirpe, por su supuesta “fiereza”, que no es más que su instinto de supervivencia. Otro disparate más heredado de esa España negra y de soberbia infinita.

No me alegro para nada de la muerte de un ser humano. De ninguno. Como no me alegro tampoco de la muerte de ningún ser vivo, y menos por una atrocidad de este calibre. En la tauromaquia todos perdemos. Nada ni nadie gana nada, excepto el torero y los “empresarios” taurinos, que llenan sus bolsillos. Algunos, al respecto, han dicho disparates y se han alegrado de la muerte de este torero. He leído algunas de esas frases, muy difundidas por los medios de comunicación, y me parecen propias de fanáticos dementes. Pero esos están en todos lados y diciendo cosas continuamente. Y he leído numerosos titulares de prensa, la afín a la tauromaquia, la de derechas, como dios manda, atacando sin piedad a los animalistas por tales manifestaciones de uno o unos individuos que no lo son. Tales insultos y frases llenas de odio y de sinrazón les han venido al pairo a algunos para difamar y desacreditar a los movimientos de apoyo a los derechos animales, y para seguir justificando de cara a la opinión pública su adhesión a ese circo atroz. Y los informativos de las televisiones obviando tantas cosas, y no han hecho otra cosa en los últimos dos días que enseñar los mensajitos de Twitter de un pirado/s. Se trata, en el fondo, de justificar la tauromaquia, de deshumanizarnos, de volvernos insensibles.

Sin embargo, conviene hacer algunas puntualizaciones que aclaren el asunto: los animalistas son pacifistas, y lo son tanto que se compadecen no sólo de los seres de su especie, sino también de los de las demás. Son seres humanos solidarios cuya inquietud es construir un mundo más justo y más humano. Un animalista nunca emitiría tales desvaríos, porque la violencia no cabe en sus coordenadas ideológicas. Me atrevo a decir que ese personaje, uno, varios o un millón, que despotricó contra el torero muerto no es un animalista. Son fanáticos. Es incluso probable que fuera o fueran trolls, o topos que, haciéndose pasar por animalistas lo que buscaban eran desprestigiarles. No sería nada extraño. Ocurre continuamente. Se trata de infiltrados, una técnica de manipulación ampliamente empleada por algunos, bastante adeptos a la tauromaquia, por cierto, para desvirtuar una opción contrincante y reforzar ante la opinión pública su propia opción. 

Sea como sea, que quede muy claro que el animalismo es repudio y rechazo de la violencia, de cualquier tipo. La tauromaquia es la exaltación de ella. El animalismo es, en el fondo, compasión y solidaridad. En esencia es amor. Los animalistas de verdad suelen ser personas altamente compasivas y sensibles. Quien no lo perciba así es incapaz de comprender la raíz de la cuestión. Por mi parte, parafraseando al filósofo alemán Albert Schweitzer, no me importa si un animal es o no capaz de razonar, pero sé que es capaz de sentir y de sufrir, y por ello también le considero mi prójimo. ¿El torero muerto? Lo siento, es una tragedia que podía haber sido evitable. Pero fue él quien acosó y torturó a un animal maltratado y desesperado, y eso conlleva un riesgo y no siempre sale bien para el torero tanta crueldad.