Voluble y bipolar, el papa Francisco unas veces critica ásperamente el capitalismo y la sociedad consumista, y otras, parece un cura del Opus infiltrado en Forocoches. Es decir, un cascarrabias que da mucho el cognazo, por escribirlo en el italiano de Madrid. “Egoístas”, llamó, no hace mucho, a las parejas que renuncian a tener hijos o solo tienen un niño florero, o sea, una criatura anecdótica, solipsista y como testimonial.

Les reprocha que prefieran un perro, un gatito para convertirlo en trending topic en YouTube o una cabra que se coma el paño de ganchillo de la mesa del salón antes que un bebé, ese libertario de chupete que, si cumple a rajatabla las teorías evolutivas de Piaget, adornará las paredes de casa con sus pinturas infantiles de Altamira y empezará a consolidar el pensamiento abstracto a los catorce añitos, cuando se inicie su adicción al porro tribal o al teléfono móvil para combatir las duras lecciones de matemáticas del colegio (menos mal que con la nueva ley de educación el estudiante aprobará si distingue a la segunda los logaritmos de las gramíneas. ¡Gracias, Celaá!).

La Iglesia siempre ha tenido la manía de dar lecciones y jaquear conciencias. De ahí que todos los papas me parezcan señoritos de la calle Serrano con sotana de Pierre Cardin. Sobre todo, porque la empresa urbi et orbi que dirigen es una institución y, para subsistir esta, aquellos deben rendir cuentas a sus accionistas levíticos y reaccionarios: los obispos, los cardenales y un sacristán de Valladolid. Este papa, por tanto, no es una excepción, a pesar de que la derecha lo llame comunista, degradando así al comunismo más que al papa. Porque ya quisiéramos que Francisco fuera un cura rojo como Ernesto Cardenal, el padre Llanos, monseñor Óscar Romero o los teólogos de la liberación (Boff, Ellacurría, Sobrino, etc.), que descolgaron a Jesucristo del madero y lo sacaron de las hipócritas iglesias de los ricos para entregárselo a sus legítimos dueños: los pobres. No, lo de este papa es postureo con purpurina, postureo delux para salir en el Hola eclesiástico o en una entrevista de Évole.

Aun a riesgo de acertar, voy aventurar una explicación de por qué creo que Bergoglio ha reñido a las parejas que se niegan al precepto de “creced, multiplicaos y dominad la tierra”. Supongo que, con tres o más comidas al día y el fin de mes asegurado por el Espíritu Santo —que no paga el IBI del Vaticano, creo—, el papa no se da cuenta, o prefiere no darse cuenta, de que el mundo no está para mucho gaudeamus. De modo que finge no ver a millones de jóvenes, y no tan jóvenes, que se echan a la husma de empleos miserables o que, en los barrios más desfavorecidos, solo viven de vivir. Tampoco repara Su Santidad en esas parejas a las que exigen un eural por un piso del tamaño de un baúl. Ítem más, tampoco quiere advertir que la sobrepoblación del planeta es una de las causas de la catástrofe medioambiental.

Y a pesar de todos estos sensatos inconvenientes y alguno más, como el respeto a la libertad individual, que para el papa no parece contar demasiado, Francisco nos exhorta a que le demos al manubrio para que cada pareja, cada matrimonio, inscriba en el Registro Civil a seis o siete hijos al mes, como cuando España era una, grande y libre y aquellos niños, al hacerse adultos, abandonaban su páramo de ovejas con una maleta de cartón hacia Alemania, Suiza, Francia, Gran Bretaña. Pero porque querían, eh, porque querían, pues aquel señor que mandaba entonces daba pan a espuertas a todos y construía embalses de generalísimo interés para que las suegras se remojasen los juanetes después de la tortilla goyesca y campestre con la familia.

Al papa, en fin, parece que no le basta con los dos millones largos de niños en riesgo de pobreza que hay en España. Él quiere multiplicarlos como su jefe los panes y los peces. Y, si no se logra, la culpa, naturalmente, es de las parejas, pancistas y egoistonas, no de un sistema que ceba a los ricos y mata de lumpen y yogures caducados a los pobres. Yo creo que este señor, aunque a veces se disfrace de progre cuando el viento del Espíritu sopla de levante, es solo un Wojtyla reprimido. Cualquier día, lo veremos conduciendo, no el papamóvil, sino el autobús de Hazte Oír.