Hay varias teorías sobre el origen de la tradición de comerse 12 uvas en Nochevieja. Los eruditos no se ponen de acuerdo si era una costumbre de la burguesía -que se agasajaban con champán y uvas para acabar el año- y que las clases bajas copiaron como una mofa, o si en realidad esconde la primera estrategia de marketing moderno, gestada por los productores de uva alicantinos en un año de excedencia. Sobre lo que sí que hay acuerdo general es que comerse las 12 uvas te asegura un año próspero.

De ahí podemos deducir que Samuel (le llamaremos así para preservar su anonimato) no se comió las uvas el pasado 1 de enero. El momento en que el año se le torció llegó tan solo 7 horas después, cogiendo el primer metro del año, donde empezó a escuchar gritos de “maricón de mierda”. A la salida del subterráneo, tres chavales le cogieron por la espalda y le tumbaron de un puñetazo.

El de Samuel fue el primer caso de homofobia del año, un hito que va camino de convertirse en una reseña anual, como el del primer bebé que viene al mundo. Y, desde ese caso, la cifra no ha hecho más que aumentar.

Sólo en la capital, antes de que acabase el mes de enero, ya se habían registrado una decena de casos: transexuales golpeados a traición hasta la inconsciencia cuando se les pide tabaco, palizas que dejan marcas de bota en el pecho y que acaban en el hospital, agresiones en grupo en pleno corazón de la ciudad y hasta somantas que se producen en el mismísimo Chueca, convirtiendo en una zona de riesgo lo que hace años era el único refugio de la comunidad LGTB.

Fuera de Madrid, la ciudad que a todos acoge y donde se espera una mayor apertura de miras, no es mucho mejor. En Galicia ya se ha registrado una muerte, la de un dueño de un ciber que fue agredido por tres chavales, dos de ellos menores de edad, y otras tantas palizas por toda la región. Y más de lo mismo ocurre en Andalucía, donde un joven transexual acaba de ser agredido por otros dos chicos al grito de “si Franco estuviera vivo te fusilarían” y una pareja de homosexuales fueron expulsados de una discoteca a puñetazos por parte de los porteros, mientras una camarera les escupía.

Los casos son por sí dramáticos, pero es más preocupante lo que tienen casi todos en común, y no me refiero a la homofobia que les caracteriza. El denominador común es que los agresores eran jóvenes y muchas veces actúan en pandilla, como si fueran una partida de caza, sin ni siquiera mediar una provocación; si por provocación entendemos que dos personas muestren su amor en público.

En El Fin de la Homofobia (La Catarata) incluyo una entrevista con José Luis Zapatero y, ya en su momento, me llamó la atención que, de todo el desmontaje que realizó el PP de su gestión, lo que más le preocupara fuera la eliminación de la asignatura Educación para la Ciudadanía. “La adolescencia es el momento clave donde se forjan los valores de la tolerancia, de la comprensión de los Derechos Humanos, de la pasión por vivir juntos, del aprecio a la diversidad. Es en la adolescencia donde se forja, y Educación para la Ciudadanía era la asignatura de los Derechos Humanos”, señalaba el expresidente del Gobierno.

La lista de recortes que nos ha traído el PP ha provocado mucho daño. Todos son dolorosos, pero el de Educación para la Ciudadanía es quizás el que más nos puede afectar como sociedad. Porque sus efectos tardan en llegar y, cuando se quiera dar marcha atrás, el mal ya estará hecho y tardará otro tanto en revertirse.

Nos costó mucho trabajo y muchos sacrificios llegar a ser el país más tolerante del mundo con la homosexualidad. Y puede costarnos muy poco volver a ser el país miserable que fuimos, aquel que encerraba a los diferentes en campos de concentración.