Da igual la encuesta que mires: Feijóo se hunde. No levanta cabeza. Cada día se le ve más desbordado, más nervioso, más solo. En el Partido Popular cunde el pánico y comienzan las voces internas que piden abiertamente un cambio de liderazgo. Las alarmas suenan ya en Génova. En la última encuesta del Instituto 40 dB para El País y la Cadena SER, el PP pierde un 14,5 % de sus votantes en favor de Vox respecto a las últimas generales, mientras el PSOE crece dos puntos más en solo un mes.

Los datos del último CIS son aún más demoledores: el PSOE se dispara nueve puntos por delante del PP, que obtendría su peor resultado en toda la legislatura. Feijóo registra su mínimo desde marzo de 2022, casi diez puntos por debajo del resultado electoral de 2023. Y un dato que hiela la sangre en el cuartel general popular: el 10 % de los votantes del PP ya prefiere a Abascal.

Pero lo que de verdad hizo saltar todas las alarmas fue el reciente sondeo de Iván Redondo, publicado por Espejo Público en Antena 3: el PSOE alcanzaría los 130 escaños si hubiera elecciones hoy, mientras Feijóo se quedaría con apenas 111. El deterioro del liderazgo del presidente del PP lo sitúa ya al nivel del Casado más hundido, cuando su propio partido lo defenestró. La desconfianza es general: ni los votantes creen en él ni sus barones lo respetan.

Mientras Feijóo se hunde, el PSOE consolida su posición. Pedro Sánchez aparece cada vez más reforzado como un líder estable, con discurso, con proyecto y con resultados. Frente a la crispación y la improvisación del PP, el presidente ofrece una gestión que se traduce en datos positivos: España encadena récords de empleo, lidera el crecimiento económico en Europa y mantiene un equilibrio institucional que contrasta con el caos de la derecha. Esa diferencia de liderazgo se nota en las encuestas. Cada vez más votantes perciben a Sánchez como un dirigente sereno, capaz de gobernar en tiempos difíciles, y a Feijóo como un político perdido, sin rumbo ni propuestas.

El PSOE logra atraer a votantes moderados gracias a su apuesta por la estabilidad, la defensa del Estado del Bienestar y una visión europeísta que conecta con las preocupaciones reales de la ciudadanía. Mientras el Gobierno impulsa medidas sociales y económicas, el PP sigue instalado en el “no a todo”. En política, el rechazo permanente no suma. Y el electorado empieza a pasarle factura.

Hace poco más de dos años, todas las encuestas, incluso las de los medios más conservadores, pronosticaban una victoria arrolladora de Feijóo con 150 escaños. Se equivocaron. No ganó, porque los españoles le dieron la espalda. Y desde entonces no ha hecho más que caer. Hoy, los sondeos lo sitúan en torno a los 100 diputados. Un desplome de más del 30 %.

En el PP ya se mueven para buscarle sustituto. Lo hacen en silencio, aunque las filtraciones se multiplican. Marcos de Quinto, exdiputado de Ciudadanos, desveló hace poco supuestas encuestas internas del PP que comparan a Feijóo con Ayuso: “Debería hacer un Fraga”, dijo. Según esas cifras, la presidenta madrileña superaría a Feijóo en popularidad interna por cinco puntos.

Pero Ayuso tampoco vive su mejor momento. Los escándalos y las polémicas en torno a la sanidad madrileña, los contratos bajo sospecha y su constante dependencia del ruido mediático la mantienen en el centro de la controversia. Su figura genera más división que consenso, incluso dentro del propio partido.

El partido vive en un callejón sin salida. Feijóo no convence, Ayuso no garantiza estabilidad y Vox se los está comiendo. Lo que comenzó como una rivalidad electoral se ha convertido en una amenaza real. Si la tendencia continúa, no es descabellado imaginar que el PP acabe como tercera fuerza política a medio plazo, por detrás de Vox.

Ser una copia de la ultraderecha siempre pasa factura, y Feijóo lo está comprobando en carne propia. Tres años después de aterrizar en la política nacional, su estrategia de mimetizar a Abascal lo ha llevado al precipicio. Pensó que endureciendo el discurso ganaría votos, pero ha ocurrido lo contrario: los ha perdido. Los electores prefieren el original antes que la imitación.

Los números no mienten: el PP se desangra por su derecha, pero también pierde por el centro. Cada vez más votantes moderados se alejan de un partido que ya no representa el liberalismo clásico y el europeísmo democrático, sino una versión domesticada del discurso ultra. Feijóo prometió moderación, pero se dejó arrastrar por los extremos. Hoy paga el precio.

Tampoco controla su propio partido. Ayuso lo ningunea sin pudor, lo desautoriza en público y marca su propia agenda sin rendir cuentas. En lugar de imponer autoridad, Feijóo calla. ¿Qué teme de ella? ¿Por qué evita confrontarla? Porque sabe que está ahí gracias a ella que se cargó a Casado y, se enfrenta a Ayuso, los suyos podrían dejarlo caer igualmente. La fragilidad de su liderazgo es tan evidente que hasta sus aliados lo ven amortizado.

En la Comunidad Valenciana, Mazón, otro de sus barones, también actúa por libre. Tras la tragedia de la DANA, con más de doscientos fallecidos, el presidente valenciano se escondió durante las horas críticas. Y volvió a llegar tarde hace unos días ante el anuncio de fuertes lluvias. Su Gobierno, además, ha pactado presupuestos con Vox que recortan fondos contra la violencia de género y priorizan la propaganda institucional. ¿Y Feijóo? Silencio absoluto. Ni una crítica, ni una exigencia. La pasividad de quien no manda ni se atreve a hacerlo.

El resultado es un PP dividido, débil y entregado a Vox. Desde que permitió la entrada de la ultraderecha en gobiernos autonómicos y municipales, Feijóo quedó atrapado. Legitimó sus discursos, les cedió poder y se convirtió en su rehén. Las consecuencias se notan: retrocesos en igualdad, ataque a los derechos de las mujeres, recortes en memoria democrática, censura cultural y abandono de políticas LGTBI. Todo con su consentimiento tácito.

Dentro del Partido Popular Europeo, Feijóo genera desconfianza. España, una de las principales economías del continente, tiene un líder de la oposición irrelevante, sin propuestas y sin alianzas. Un político que no inspira ni dentro ni fuera de su partido. Y eso, en política, es la antesala del final.

La gran pregunta ya está sobre la mesa: ¿merece Feijóo seguir al frente del PP? Cada vez más voces dentro y fuera del partido creen que no. No lo respalda su militancia, no lo apoyan sus socios europeos, no lo prefieren los votantes. No lidera, no propone, no convence. Es un jefe sin mando, un político sin rumbo y un opositor sin ideas.

El futuro de España no pasa por Feijóo ni por un PP arrodillado ante Vox. Pasa por un proyecto que defienda la convivencia, el empleo, los servicios públicos y el progreso social. Ese proyecto existe, y hoy por hoy tiene nombre y apellido: Pedro Sánchez.

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