Capaz de sembrar ideas que sirvan para que este país funcione y de aglutinar esfuerzos para alcanzar la hegemonía social. Muchos analistas hablan de democracia interna como la superación y la madurez de las organizaciones del siglo XXI. No sólo: es también el método para elegir a los mejores evitando las cooptaciones malhadadas de los aspirantes a cualquier cosa.

Cruzo los dedos para que se apruebe la enmienda que garantiza que sean los militantes los que elijan a su secretario general evitando la suma de acuerdos, los intereses de parte o los localismos perversos.

Los cruzo también para que sean los ciudadanos progresistas los que elijan a nuestros cabeza de lista a partir de un tamaño de circunscripción que evite el mal uso de la democracia. Porque un partido que pertenece a la clase trabajadora no es propiedad de sus dirigentes y, ni siquiera, de sus militantes, sino de los trabajadores.

Democracia interna, ¿para qué? Porque ya no caben organizaciones de corte bonapartista, porque eso hace a las ideas más acordes a la coyuntura en la que vivimos a partir de la participación de todos, especialmente de aquellos que construyen una realidad cierta de la calle en vez de la virtual realidad de las instituciones.

Pero democracia interna, también, porque de esta forma, con tantos ojos mirando, tantas papeletas votando, evitaremos que se nos cuelen inútiles y pillabocadillos, maestrillos de la nada, carontes de las sombras errantes de los muertos políticos que no aportan nada.

La falta de democracia hace que se produzca lo que los economistas llamamos la selección adversa. Son los menos capacitados los que asumen la dirección y ocupan los cargos orgánicos e, incluso, los institucionales (y así nos va). Aquellos que tienen tiempo para dar cuatro altas de familiares más o menos cercanos que les garantizan el voto en censos escuálidos. Aquellos que viven en una organización débil como la bacteria escherichia coli se hace dueña de los riñones.

La democracia interna es el camino para la selección de los más adecuados. El sufragio de todos evita el enquistamiento de profesionales de la política que tanto mal hacen a los partidos.

Por eso también cruzo los dedos. Para que la democracia interna lleve a los más capaces a defender con más propiedad el socialismo democrático para un siglo XXI que no acaba de dar a luz.

Antonio Miguel Carmona es profesor de Economía, Portavoz de Hacienda del PSOE de la Asamblea de Madrid y Secretario de Economía del PSM-PSOE
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