Si un país tiene los políticos que se merece, la enfermedad de España se materializa en algunas actitudes de sus gobernantes. El sectarismo ha obstruido la esfera política y ésta ha gangrenado a una sociedad que ya solo es capaz de distinguir entre nosotros y ellos, entre lo suyo y lo nuestro. En definitiva, por más triste que resulte verbalizarlo, entre los buenos y los malos. La diversidad y el pluralismo parecen haberse quedado en una pose bonita, en un brindis al sol, en una nada inexplicable.

La izquierda y la derecha se han creado islas distintas y ni siquiera tienen agua de por medio. Viven juntas y han tomado el camino más peligroso: el odio. Admirar, siquiera respetar, al que piensa distinto ahora es un deporte de riesgo, una traición. Ser capaz de interesarte por los argumentos del de enfrente se ha convertido en una tarea aburrida, algo digno de cobardes y blandengues. Esta confusión es la que hace que nuestra salud como sociedad ande en respiración asistida. La cultura es el oxígeno de las civilizaciones, su cordura.

La batalla cultural solo es una batalla contra la cultura, una refriega pueril que busca ir apartando con el tenedor lo que es incómodo para los políticos caprichosos. Y la culpa es de los dos, de la izquierda por pensar que tiene la patente y el monopolio de lo cultural, y de la derecha por querer negar y arrasar con todo sin distinción. La cultura jamás puede entender de batallas, es una batalla en sí misma, una lucha contra el tiempo. Si tu ideología te priva de acceder a ciertas partes de la cultura, eres un inculto. Y, lo que es peor, lo serás aún más.

Es como el oxímoron de “la cultura de la cancelación”. No, la cultura no cancela, la cultura absorbe, retiene los líquidos contemporáneos, guarda en su despensa las correrías del ayer. Me duelen los “patriotas” que levitan con Vargas Llosa y tienen vetado el cine de Almodóvar tanto como los progresistas que vetan a Pérez Reverte y escupen sobre Torrente Ballester. No es separar la obra del artista, démosle la vuelta al concepto, es saber mantener al margen tu sectarismo de la cultura. Leer, contemplar y escuchar sin las gafas y los tapones de lo ideológico.

La batalla cultural solo es una batalla contra la cultura, una refriega pueril que busca ir apartando con el tenedor lo que es incómodo

Por muy rojo que sea Sabina tú alguna vez has tarareado aquello de “y la vida siguió como siguen las cosas que no tienen mucho sentido”. Por muy machista que sea Julio Iglesias, tú te sabes la de “me olvidé de vivir”. Por muy hijo de Bárcenas que sea el de Taburete, tus niños han gritado lo de a casa de Dron. Por mucho colegio privado que hayas pagado, tu hijo mueve el cuello con las canciones protesta de los gemelos de Graná. Por muy independentista que seas, no podrás borrarle a Ruiz Zafón el mérito de dibujar a la perfección Barcelona con su Sombra del Viento.

Ya no se queman libros ni arden los edificios y las imágenes. Ahora el fuego es el sectarismo, el no reconocimiento a los méritos de nuestros artistas. Tenemos un grave problema con esto, lo comprobamos en la educación, viendo cómo los partidos no son capaces de llegar a un consenso necesario para que nuestros niños, en su paso por la escuela, no tengan que cambiar tres veces de ley de educación. Lo hemos constatado por última vez con el torpe comportamiento del alcalde de Madrid con Almudena Grandes. Su ceguera política ha hecho que se le vean las costuras. Almeida le ha dado balonazos en la cara a la cultura, además de mostrarse como un irrespetuoso.

Pero desgraciadamente no es el único caso, ni patrimonio exclusivo de la derecha. Antes lo vivimos también con la absurda crítica del PSOE a la concesión de la Medalla de Oro de Madrid a Andrés Trapiello, alegando que no se podía premiar el revisionismo de la Historia que él representa. ¿Con qué legitimidad puedes criticar el error de Almeida con Grandes cuando has cometido el mismo?

Almeida le ha dado balonazos en la cara a la cultura, además de mostrarse como un irrespetuoso

Que Trapiello ponga en cuestión ciertos pasajes de la Guerra Civil elevados a categoría desde la izquierda no minimiza la calidad de su obra, igual que el controvertido y desafortunado artículo de Almudena Grandes sobre las monjas violadas no impide que sea una escritora con una obra fundamental.

Un planteamiento tan absurdo como la idea del alcalde de Cádiz, José María González, de borrar de un plumazo toda la huella de José María Pemán en la ciudad. Cuánta falta hace hoy en día el espíritu de la Concordia que presidió el abrazo que el escritor gaditano se dio con Rafael Alberti en 1981, simbolizando el respeto literario y personal que se profesaban dos autores radicalmente opuestos en lo ideológico. Todo extremismo destruye lo que afirma, sentenció María Zambrano, otra escritora que debería estar fuera de toda duda.