Mal asunto cuando el poder pone en su punto de mira a la cultura, sus gentes y su ámbito. Es el principio básico que inicia toda inquisición y todo totalitarismo. Si derogar parecía el único concepto que sabía conjugar el presidenciable Alberto Núñez Feijóo, ahora, nada más llegar a espacios de administración local, municipal y autonómica, se dedican, con sus inevitables escuderos autonómicos de VOX, también para el gobierno de la nación si lo consiguen, a conjugar otro verbo nefasto, censurar, cosa que sólo sucedía hace casi medio siglo, en las postrimerías de la dictadura franquista. Está bien que muestren sus intenciones, aunque, tan pronto, también se quitan la máscara de cómo, a pesar de lo que debiera ser, PP y VOX se mimetizan en sus políticas hasta ser lo mismo.

Según reflejaba en un reportaje en este mismo diario el periodista Rubén Rozas, en los últimos días la cultura ha vuelto a ponerse en el disparadero después de que algunos gobiernos de PP y VOX hayan prohibido obras por lo que califican como contenidos “ideológicos”. Piezas teatrales de Virginia Wolf o Lope de Vega, películas de animación en las que aparecen dos mujeres besándose o un concierto de la artista Rocío Sanz han sido algunas víctimas de esta censura, que nos devuelve a una España en blanco y negro. Recordemos, como ha hecho el portavoz de SUMAR en el consistorio madrileño, que ya desde el Ayuntamiento de Madrid y la COMUNIDAD se fomentó esta censura cultural. Marta Rivera de la Cruz, fichaje estrella para sus listas de Feijóo, fue pionera en lo que a censura se refiere cuando en la legislatura pasada se dedicó a censurar la obra de Paco Bezerra que trataba sobre la vida de Santa Teresa de Jesús, que Vox “consideraba una ofensa”. La política, que se perfila para posible ministra de cultura de un hipotético gobierno de Feijóo, es más conocida por haber humillado a las víctimas del Holocausto y a los enfermos de SIDA, de los que declaró: “me merecen menos compasión. Se lo han buscado”, que por sus libros cuando se decía escritora. Además de esta bajeza moral y humana, es también la responsable de dejar que la Casa del Premio Nobel de Literatura Vicente Aleixandre se esté cayendo. Aquí, hay que decir también que, si esto es así, es, entre otros factores, por la falta de toma de decisiones del ministro socialista Izeta, que tiene en su mano la salvación del inmueble por donde pasaron desde Lorca, a Alberti, pasando por Neruda, Azaña, etcétera. Espero que, en el tiempo de descuento, o si revalidan un gobierno de izquierdas, el actual titular o quien le sustituya encuentre la autoridad y el valor para hacer lo que debe a este respecto. En este país la derecha sigue “despreciando cuanto ignora” pero la izquierda debe sacudirse sus complejos porque tiene una oportunidad única de salvaguardar nuestra memoria. Sólo basta el valor y la convicción para que el actual ministro de Cultura, Miquel Iceta, ante el enrocamiento caprichoso y absurdo de las otras administraciones, declare la casa de Aleixandre con la categoría de “Casa Museo”, lo que le otorgaría, automáticamente el carácter de BIC, impidiendo su venta en saldo y pública subasta. Valdría un decreto aunque se en tiempo de descuento, como se está haciendo en otros asuntos. Hecho este apunte, cuando tanto SUMAR como el PSOE salen en defensa de la cultura, desear que el compromiso con la memoria y la cultura sea algo menos pasajero que una promesa electoral.

El pasado miércoles, ElPlural.com se puso en contacto con los responsables del Teatro del Barrio, unas emblemáticas salas de Madrid de teatro alternativo sobre las que han actuado, entre otros, Alba Flores. Al otro lado estaba la directora del espacio, Ana Belén Santiago, que ya advirtió a este medio de que algo se está cociendo, de que los compañeros se estaban organizando para hacer una denuncia “plural, pública y contundente”. Apenas unas horas después más de un centenar de personalidades como AlmodóvarAndreu BuenafuenteRozalén, o el sindicalista Unai Sordo, entre otras, firmaron un manifiesto para movilizar un voto progresista que defienda los intereses de “un derecho consolidado democráticamente en La Constitución”. Asimismo, las redes aparecen “viralizadas” con publicaciones y el hashtag #StopCensura. Recuerdo con escándalo cómo, en los excesos de la Guerra de Irak, las primeras víctimas del dictador fueron los profesores y los intelectuales. Luego, las tropas “liberadoras” “invitaron” a marcharse a los que sobrevivieron porque no querían testigos. Yo coordinaba el libro contra la guerra y ayudamos a muchos de ellos a salir. Sucede con todos los totalitarismos: el fascismo italiano, el nazismo alemán, el franquismo en España, y las nuevas formas edulcoradas hoy en la Italia de Meloni, en la Hungría de Orbán, en la Rusia de Putin o durante los aciagos días de gobierno en EEUU de Trump. Ese es el camino que marca estas formas de neofascismo. Una nueva caza de brujas, una nueva Inquisición 2.0. Lo próximo ¿qué será? ¿quemar libros, encarcelar intelectuales y escritores, o que nos tengamos que exiliar?. El poeta y filósofo alemán Heinrich Heine escribió de forma profética, antes del alzamiento del nazismo, “allí donde se queman libros, se acaban quemando personas”. Hay quienes ya están preparando las hogueras y tienen las antorchas encendidas. Esta censura es sólo el inicio de incendios mayores. Cuidado…