La realidad es siempre más extraña que la ficción, decía Edgar Allan Poe. Y más de una vez suele ocurrir que lo que creíamos que es lo peor, se queda corto ante lo que puede quedar por venir. Y así me he sentido cuando he sabido estos últimos días que Pablo Casado ha vencido en el Congreso del PP, consumando un implacable giro a la derecha de la derecha española, es decir, un giro a la derecha de la derecha de la derecha. Porque la derecha de Rajoy no ha destacado por su moderación, precisamente, sino todo lo contrario.

Disfrazado de reformista y de “regenerador de la democracia”, es, según fuentes diversas, un discípulo de Aznar, cuyo ideario es ultraderechista y “ultraliberal”. Es decir, con el triunfo de Casado y la derrota de Sáez de Santamaría, candidata de la parte de Rajoy, en realidad todos los españoles hemos perdido, porque ya sabemos de las terribles consecuencias para el país y para los ciudadanos de la voracidad que ejercen esos que, argumentando el bien del país, arrasan con todo en base a la búsqueda de sus propios beneficios, corporativos y personales. Son los mal llamados “neoliberales”, neoconservadores, o lo que algunos llaman ultraderecha, una tendencia de pensamiento intolerante y radical que en España se conoce muy bien en base a cuarenta años muy concretos de nuestra historia reciente; cuarenta años de dictadura y de terror que, por cierto, ninguna corriente del Partido Popular, ni ultra, ni “modearada”, ha llegado a condenar.

Tan es así que, parafraseando el titular de un artículo recitente de Natalia Junquera para El País, con Pablo Casado Aznar ha vuelto a Génova. El pasado martes Aznar, invitado a la sede nacional del partido que presidió durante catorce años, ha tenido un encuentro de dos horas con el nuevo presidente. Lo cual parece significar una nueva etapa ideológica en el seno del Partido Popular. Una nueva etapa que no se caracteriza precisamente por el afán de resucitar los valores democráticos, sino, con toda probabilidad, por todo lo contrario. Miedo me da. Y es que, como decía al inicio de esta reflexión, a veces, aunque parezca difícil, existe una distancia entre lo muy malo y lo peor.

Disfrazado de reformista y de “regenerador de la democracia”, es, según fuentes diversas, un discípulo de Aznar, cuyo ideario es ultraderechista y “ultraliberal”

Tan es así que un conocidísimo lobby ultracatólico, el que fletó varios autobuses homófobos y tránsfobos hace unos años para sembrar la intolerancia, ha mostrado en varios medios de comunicación nacionales su preferencia por Casado como candidato del partido de la derecha, y ello por su defensa a ultranza de tres valores que son vitales para los ámbitos ultra, tanto políticos como religiosos: “la vida”, la familia, y la “unidad de España”. Habría mucho que decir al respecto para refutar esos preceptos que no son más, en realidad, que una muestra rotunda e inequívoca de un pensamiento totalitario que se niega a aceptar la diversidad y que pretende frenar la evolución ética, cultural, política y social.

Y tan es así que algunos medios de comunicación extranjeros han expuesto claramente que “ha triunfado en el Congreso del Partido Popular el candidato de la ultraderecha”; me refiero, por ejemplo, a uno de los titulares de la CNN en español. Nada que objetar porque, si es la percepción clara que tenemos muchos españoles, lo es mucho más para observadores objetivos y distanciados del foco de la noticia.

Aunque quizás lo peor del asunto no sea el triunfo de Casado sino el beneplácito de los votantes de la derecha. Según una encuesta de Metroscopia, el conjunto de los españoles está divididos respecto de si es acertada o no la elección de Pablo Casado como líder del Partido Popular, y hasta el setenta y dos por cien de los votantes del PP y más de la mitad de los de Ciudadanos ven ese triunfo favorablemente, lo cual, al menos a mí, puede asustar. Y puede significar dos cosas, que una parte importante del país traspasa ideológicamente el umbral de la ultraderecha y/o que esa parte importante del país es cateta, inculta y cerril, porque como dijo y volvería a decir don Miguel de Unamuno, “el fascismo se cura leyendo y el racismo se cura viajando”.