Señor Presidente:

En las últimas semanas ha interpelado de distintas maneras a las personas que nos declaramos socialistas, con invocaciones diversas sobre nuestros principios, nuestra condición de socialistas, y el respeto a la Constitución y al estado de derecho. Ha realizado exhortaciones relativas a una especie de imperativo moral en virtud del cual todo “buen socialista” vendría a estar obligado a rechazar de forma activa los términos de un hipotético acuerdo entre Pedro Sánchez y el independentismo catalán que permitiera una también hipotética investidura del Secretario General del PSOE como Presidente del Gobierno. Todo ello, sustentado en dos argumentos: el primero, el pretendido principio democrático de que debe gobernar la lista más votada, y el segundo, la amenaza que tal supuesto y aún desconocido acuerdo supondría para la unidad de España, la ruptura de la igualdad entre los españoles, y la destrucción del estado de derecho.

Quiero expresarle con el respeto que merece el cargo que ostenta que, a pesar de mi larga experiencia en la vida política, nunca hasta ahora había vivido una situación tan extravagante, inconsistente y anómala como esta. ¿Es consciente, señor Presidente, de que encierra una gran dosis de inconsistencia y extravagancia que el máximo representante del PP en Andalucía pretenda dictaminar qué y quienes son buenos o malos socialistas? ¿Cómo respondería usted si el  máximo responsable del PSOE en Andalucía le dijera quiénes son buenos  o malos populares? ¿Es la derecha ahora quien expide carnet de buenos y malos socialistas, como viene haciendo desde hace tiempo con los buenos y malos españoles, con las gentes de bien o de criterio, como dice Feijóo? ¿De verdad se cree usted legitimado – ¿en nombre de qué? -para calificarnos y clasificarnos? Quienes no pensamos como usted ¿qué somos?, ¿malos españoles, gentes de mal, malos socialistas? ¿No está usted cansado y aburrido de  expedir certificados de buena conducta a diestro y siniestro?

¿Tengo que recordarle que fue el PSOE el que ganó las elecciones la primera vez que usted obtuvo la investidura del Parlamento de Andalucía, y que su partido era la segunda fuerza, que consiguió el apoyo de la tercera y de la extrema derecha? ¿Es que acaso tiene usted como máxima aquello que dice el viejo refrán castellano de “justicia quiero yo, mas por mi casa no”? ¿Le parece a usted que las Comunidades y los Ayuntamientos en que su partido gobierna sin haber sido la lista más votada viven un “sometimiento institucional impropio de una democracia”, como ha dicho alguno de los suyos? ¿Quizá desconoce que nuestro sistema político se basa en una ley electoral proporcional y que sólo puede gobernar quien obtiene la confianza del parlamento, que no tiene que ser necesariamente quien haya obtenido más votos? Y si sabe y conoce todo ello perfectamente, ¿por qué defiende todo lo contrario según le conviene?

Recientemente ha afirmado que “los diputados del PSOE deben rebelarse por sus principios en la investidura de Feijóo”, y que “el acta es de cada diputado, eso no significa abandonar el PSOE, es defender al PSOE”. ¿Sabe usted que en el Pacto nacional antitransfuguismo de 2021, firmado por el PP, figura una definición del concepto de tránsfuga que dice literalmente “la separación del criterio político del diputado que concurrió por la candidatura de la que trae causa el grupo parlamentario”? ¿Comprende, señor Presidente, que sus palabras, llamando a que los diputados se separen del criterio de su grupo parlamentario son un flagrante caso de llamamiento al transfuguismo? ¿Cree usted que los pactos, como la Constitución, los valores y los principios, son para usar y tirar a conveniencia?

Últimamente invoca mucho la Constitución, sus principios y valores, y el estado de derecho, blandiéndolos como armas que arroja a la cara de muchos andaluces, entre los que me cuento. Le recordaré algo: su partido, cuando aún se denominaba Alianza Popular, no apoyó la Constitución, mientras que el PSOE sí lo hizo de forma militante, y lo ha venido haciendo hasta hoy por convicción. Me enorgullezco de haber tenido la fortuna de formar parte como Senador de las Cortes que elaboraron nuestra Constitución, y me pregunto si tiene usted algún derecho innato o adquirido a darme lecciones sobre los valores y principios de nuestra carta magna. ¿Cree usted que la igualdad – que tanto evocan en estos días – se construye con grandes palabras, o con las políticas concretas que se hacen desde las instituciones, como la Ley de Igualdad de 2007, la reforma laboral, la subida del salario mínimo, o de las pensiones según el IPC, aquellas a las que usted y los suyos han negado su apoyo sistemáticamente? ¿Piensa usted que es muy compatible con los valores constitucionales pactar y formar gobiernos en Comunidades y Ayuntamientos con un partido que niega y contradice esos valores de forma generalizada? ¿Acaso es muy compatible con la Constitución, su letra, principios y valores, no acordar la renovación del órgano de gobierno de los jueces con argumentos peregrinos según el caso, con la finalidad de mantener en el poder judicial una representación muy superior a la que les ha sido otorgada por las urnas? ¿Es eso democrático y constitucional? ¿Por qué no ejerce ese papel de moderación que se atribuye para convencer a su partido de que acabe de una vez con los más de cinco años de irregularidad en el poder judicial en España?

Podría seguir en esta línea de preguntas socráticas que espero tengan alguna respuesta, pero no me resisto a una última, que encierra y engloba a todas las demás. ¿Se ha parado usted a pensar que actuando como he apuntado en estas líneas, escritas desde el respeto a la institución que representa, compromete su credibilidad en el cargo que ostenta, y por ende la del propio cargo ante la ciudadanía?

Sin más por el momento, atentamente, Manuel Gracia Navarro.