Una de las energías renovables con mayores aplicaciones para atender la demanda de calefacción del hogar sin generar emisiones contaminantes y con efecto invernadero (las que causan el cambio climático) es la biomasa, es decir la quema de combustible vegetal: una de las formas de calentarnos más antigua y la mas aprovechada en todo el mundo.

Es cierto que cuando se quema materia vegetal libera CO2 a la atmósfera, pero se trata del mismo CO2 que el árbol o la planta habían fijado previamente durante su desarrollo mediante la fotosíntesis. Por eso decimos que la biomasa presenta un balance de emisiones neutro y que por lo tanto se puede considerar como una energía limpia.

Pero cuando hablamos de calentarnos con biomasa no nos referimos exclusivamente a quemar troncos en la chimenea o en una de las clásicas estufas de leña. En nuestro país, la Escuela de Ingenieros Agrónomos de Madrid, una de las entidades pioneras a nivel europeo en la búsqueda y desarrollo de nuevos procesos de producción energética por biomasa, ha impulsado entre otras investigaciones un estudio en el que se evalúa la posibilidad de obtener energía a partir de la combustión de cardos.

El sistema consiste en aprovechar terrenos baldíos y de baja producción agrícola para sembrarlos de cardos: una planta poco exigente desde el punto de vista agrícola y de rápido crecimiento.

Gracias a ello, en los últimos años se han puesto en marcha varias centrales térmicas de producción eléctrica que consumen como combustible esta planta autóctona, perfectamente adaptada a nuestra climatología y poco exigente con la calidad de suelos. Además, su cultivo puede rendir por encima de las 20 toneladas anuales por hectárea, por lo que se perfila como una excelente fuente de suministro energético.

Con un método similar, en Jaén, ya se obtiene desde hace años electricidad a partir de la recuperación del orujillo de la aceituna. Y en Navarra funciona una planta que aprovecha la paja de los cereales para generar una potencia de hasta 25 Mw mediante su combustión.

Restos de la poda en los parques urbanos, sarmientos procedentes del cuidado de la vid, restos del mantenimiento del olivar, desbroces de monte, clareos de bosque; los recursos vegetales para el suministro de las plantas de producción de energía por biomasa están asegurados en un país como España y las principales empresas del sector energético ya se han puesto manos a la obra.

Solo falta un último paso, pero sin duda el más trascendente: la voluntad política. Pero ya se sabe que esa voluntad está sometida a intereses que van más allá del compromiso internacional de España de reducir sus emisiones de CO2, algo a lo que las ayudas para la instalación de calefacciones domésticas de biomasa contribuirían notablemente.