Hace unos días un exdirigente político nos invitaba, sin saberlo, a hacer un viaje a través del tiempo. Un viaje, en concreto, al pasado y además al pasado más casposo. Su billete, cómo no, unas manifestaciones en los medios de comunicación. En ellas, con referencia a la vicepresidenta segunda de gobierno en funciones, dudaba, con pretendida ironía, de su rigor porque le habría dado tiempo “entre una peluquería y otra”. Así, sin cortarse un pelo. Porque el machismo nunca lo hace.

Parece mentira que el que fue un dirigente socialista haya dicho semejante barbaridad y, lo que es peor, que lo piense. Porque las palabras del señor Guerra tienen todas las características del machismo de manual. En primer término, esa condescendencia paternalista con la que se permite hablar de la señora Díaz. En segundo término, la relación directa entre el hecho de ser mujer con la prioridad por la preocupación por el aspecto físico. Y, en tercer lugar, el hecho de no plantearse siquiera que la visita a la peluquería pueda ser compatible con otra cosa, el sano ejercicio de pensar, algo que quien pronunció esa frase no suele practicar. Porque, sí señor, somos capaces de hacer más de una cosa al mismo tiempo, por increíble que parezca.

Además de este dardo dirigido a la dirigente política, la ofensa es evidente para todas las mujeres. Lo que se está insinuando, si no diciendo directamente, es que ser una buena profesional está reñido con tener un buen aspecto y cuidar la estética. Así que ya sabemos, para ser políticas eficientes hay que ir vestidas de cualquier manera y prescindir de tinte y maquillaje no nos vaya a afectar las neuronas. Porque si no somos como los hombres no valemos y ya se sabe que el hombre y el oso cuanto más feo más hermoso.

No sé qué interés pueda tener lo que diga este hombre que dejó de tener responsabilidades políticas hace años y que parece no resignarse a perder protagonismo. Pero, sea el que sea su mensaje queda invalidado por ese machismo propio de otra época, Quien tiene esa idea de las mujeres no merece crédito alguno.

Juan José Millás, en un tuit brillante como él mismo, dijo “la caspa, una vez más, metiéndose con el champú” Así que, mientras pido cita en la peluquería lanzo una pregunta: ¿qué preferimos, la caspa de quien fue vicepresidente o los bigudíes de quien lo es ahora? Para mí la respuesta está clara. Sin ninguna duda.