Juan Soto Ivars titula su libro Esto no existe con la premisa de que las “denuncias falsas por violencia de género” son un tabú social. La paradoja es inmediata: el supuesto tabú es uno de los temas más explotados por partidos de extrema derecha, tertulianos, columnistas y plataformas antifeministas desde hace más de una década.
El libro se presenta como una revelación, pero lo que revela, en realidad, es un viejo truco: usar casos excepcionales, a menudo de dudosa representatividad, para erosionar un sistema creado para proteger a víctimas reales de violencia real.
Las víctimas reales quedan fuera del foco. En la narrativa de Soto Ivars, la víctima central no es la mujer amenazada, golpeada o asesinada; es el “hombre injustamente denunciado”.
Existen errores judiciales, denuncias inexactas e instrumentalizaciones de cualquier ley. Pero el punto clave es este: el libro amplifica un fenómeno estadísticamente irrelevante mientras silencia uno masivo, estructural y mortal.
Los datos oficiales lo dicen cada año, la tasa de denuncias falsas certificadas por la Fiscalía y el CGPJ es próxima al 0,01%. La violencia machista causa decenas de asesinatos anuales, miles de órdenes de protección y decenas de miles de situaciones de riesgo alto o extremo. Las mujeres que denuncian lo hacen habitualmente después de años de maltrato, no en un arrebato manipulador.
El libro invierte la carga de gravedad: minimiza la violencia y magnifica la excepción. Es una trampa. La falacia central: convertir anécdotas en categoría.
La estructura del libro se basa en historias sueltas, recogidas, seleccionadas y presentadas como si fueran representativas de una tendencia oculta.
Es el mecanismo clásico de la generalización apresurada. Se presentan unos pocos casos impactantes, se asume que esos casos son “la punta del iceberg y se concluye que la ley es injusta, que el sistema es peligroso y que las instituciones “no quieren ver” lo que supuestamente es masivo.
Pero no hay iceberg. Hay casuística anecdótica usada para justificar una tesis ideológica: que la Ley contra la Violencia de Género es excesiva y que las mujeres tienen un “arma privilegiada”. Ese marco coincide palabra por palabra con el discurso político que pretende derogar la ley. No es casual. Invisibilizar para poder cuestionar
El libro habla durante páginas de supuestos “abusos” del sistema, pero no dedica espacio a explicar la razón de ser del marco jurídico de violencia de género: La violencia machista no es un accidente privado: es un fenómeno estructural. Las estadísticas judiciales muestran que la mayoría de las denuncias se archivan no por ser falsas, sino por falta de pruebas suficientes, normal cuando la violencia
se produce en el ámbito íntimo. La ley nació porque la justicia ordinaria dejaba desprotegidas a miles de mujeres y sus hijos. Negar esta estructura, como hace Soto Ivars, equivale a negar el contexto que explica la existencia de la ley. Es como criticar el sistema de asilo basándose exclusivamente en quienes lo usan indebidamente: un modo perfecto de justificar recortes de derechos.
Consecuencias políticas y sociales de discursos como este
Un libro así refuerza percepciones falsas en la opinión pública:
- Que denunciar es fácil (cuando en realidad es un proceso durísimo).
- Que las mujeres mienten con frecuencia (cuando jurídicamente está acreditado que no).
- Que la ley es un arma contra los hombres (cuando la inmensa mayoría de procedimientos se archivan sin detención ni prisión).
Este tipo de relato tiene un efecto directo, y es que disuade a las víctimas reales de denunciar. ¿Por qué? Porque temen que no se las crea, que las juzguen, que las comparen con “las que inventan cosas”.
El libro, en la práctica, favorece al agresor y debilita a la víctima. Pretende ser una crítica “valiente”, pero se queda en un ejercicio literario construido sobre una gran falacia: Si un hecho existe excepcionalmente, entonces es un problema estructural.
Si aplicásemos esa lógica a cualquier otra ley penal, viviríamos en el absurdo. Hay inocentes condenados injustamente: ¿abolimos todo el Código Penal? Hay denuncias falsas de robo, estafa o lesiones: ¿derogamos esas figuras jurídicas?
Solo con la violencia machista se aplica este razonamiento torcido. Y eso no es casual: es político. Y en ese error —o en esa estrategia—, quien sale desprotegida es la víctima real
Todas las denuncias falsas están penadas por la misma vía: el Código Penal. El delito de acusación y denuncia falsa está en el artículo 456 del Código Penal. No depende del tipo de delito denunciado. La pena es la misma. No hay privilegios ni trato especial. La LIVG NO crea un delito nuevo ni una sanción especial. Simplemente, se aplica el Código Penal igual que en todos los ámbitos.
La violencia de género no es la única categoría que tiene medidas “rápidas” o cautelares. Otro argumento manipulador es: “Los hombres son detenidos automáticamente; en otros delitos no”. Falso. La policía detiene automáticamente en peleas con lesiones leves, riñas, amenazas creíbles, delitos flagrantes, seguridad ciudadana… La detención preventiva es protocolaria cuando hay riesgo o urgencia. No es algo exclusivo de la LIVG.
La razón de fondo: la violencia de género es un delito reiterado y letal
La justicia aplica medidas urgentes (como alejamiento provisional) porque el agresor suele convivir con la víctima, la violencia es reiterada, existe riesgo de muerte, la reincidencia es alta.
En un robo falso no muere nadie. En una denuncia falsa de hurto no hay riesgo inmediato para la vida. Por eso las medidas cautelares son distintas, no porque exista privilegio.
Entonces, ¿por qué no se habla de denuncias falsas en otros delitos? Porque nadie construye un movimiento político diciendo que: “Hay muchas denuncias falsas de robo”, “la gente se inventa accidentes laborales” “hay denuncias falsas de estafa”. Aunque las hay. El foco se pone en violencia de género porque sirve para debilitar la ley, encaja en un relato reaccionario, genera clics, morbo y polémica, y ataca directamente a las mujeres.
Es una batalla cultural, no jurídica. La violencia de género es el único ámbito donde se discute obsesivamente la posibilidad de denuncias falsas. En todos los demás se acepta como un ruido estadístico normal. El único ámbito donde se intenta destruir la ley entera usando casos excepcionales es la violencia de género. Eso ya te revela que el problema no es jurídico, es ideológico.
¿Por qué ocurre esto solo en violencia de género?
Porque cuestionar las denuncias es una forma de cuestionar la existencia de la violencia. El objetivo del discurso no es proteger a inocentes; es debilitar el reconocimiento institucional de la violencia machista. Si una parte de la opinión pública cree que las mujeres mienten mucho, entonces la ley pierde legitimidad, las víctimas dudan en denunciar, los agresores sienten que socialmente se les escucha, el sistema se debilita. Es una estrategia de desgaste, no de justicia.
Y el libro juega exactamente esa partida. La LIVG no da ventajas a las denunciantes: da protección cautelar temporal para evitar muertes. Este es otro punto que se distorsiona conscientemente en el libro. Las medidas urgentes (orden de alejamiento provisional durante unas horas o días) no son un premio; son un mecanismo preventivo para evitar que una mujer sea asesinada tras denunciar.
Como víctima de violencia de género, lo que más me indigna de “Esto no existe” no es su superficialidad, ni sus falacias, ni su ignorancia sobre cómo funciona realmente la violencia. Lo que me indigna es la crueldad de su existencia.
Indigna que alguien con altavoz mediático decida escribir sobre nuestras vidas, sobre nuestros miedos, sobre nuestras heridas, sin saber lo que significa temer por tu propia seguridad, sin haber pasado por un juzgado, rota, sin haber tenido que justificar tu dolor porque siempre hay quien prefiere creer al agresor antes que a ti. Indigna que construya un libro entero sobre la sospecha, despreciando que la mayoría de nosotras tardamos años en reunir el valor para denunciar. Años. Por supervivencia. Indigna que se escriba sobre denuncias falsas mientras decenas de mujeres son asesinadas cada año. Mientras otras muchas viven escondidas, huyendo, reconstruyéndose, criando hijos que han visto demasiado. Indigna que conviertan nuestras vivencias en material de debate, como si fuéramos cifras manipulables, como si la violencia que sufrimos fuera opinable, como si protegernos fuera un capricho ideológico.
Indigna - y duele - que se ponga en duda nuestra palabra cuando ha sido precisamente el silencio lo que casi nos mata. Lo que no existe es el respeto hacia las víctimas en libros como este.
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