Desde que ha ocurrido, hace nada, todo el país está impresionado por la muerte de dos adolescentes en Jaén, cuyos cuerpos han aparecido en un parque.
La hipótesis que se maneja en principio, y dicho sea con todas las prevenciones del mundo, es la del suicidio. Y que se suiciden dos adolescentes debería hacernos saltar todas las alarmas. Sobre todo, porque no son las únicas en los últimos tiempos.
Cuando se habla de infancia, todo el mundo la idealiza. Se habla de “infancia feliz”, aunque la llegada de la adolescencia siempre traiga consigo cierta rebeldía que el tiempo cura. Eso lo que la gente espera. O, al menos, eso creemos.
Pero lo de la felicidad de la infancia no es más que un lugar común que cada día se aleja más de la realidad. Y no hablo de situaciones de pobreza, maltratos y precariedad del tipo de las que describía Dickens ni del Tercer Mundo, sino de niños y niñas que viven en nuestro mundo y a los que, aparentemente no falta ninguna de sus necesidades básicas.
Cada día se detectan más casos de depresión o ansiedad infantil y eso es algo que dice muy poco de nuestra sociedad. O, mejor dicho, que dice mucho y malo. Tenemos un grave problema con la salud mental de nuestras niñas y niños y no somos conscientes de ello hasta que suceden casos tan espeluznantes como aquel con el que abría estas líneas.
Hay quien echa la culpa a las redes sociales y a lo que ven por internet, pero esa es una explicación demasiado fácil y simplista. Primera, porque para acceder a Internet y determinados contenidos no hay filtros y segunda, porque las redes sociales no son sino un trasunto de la sociedad actual. No son la causa sino el medio y, en ocasiones, la consecuencia.
Muchas veces cometemos el error de minimizar lo que ocurre a nuestros menores, colgando la etiqueta de “cosas de niños” y pasando a otra cosa. De hecho, lo casos de bullyng, por más protocolos que se activen, acaban desembocando en un cambio de centro de la víctima y no de los victimarios, en un aislamiento de quien sufre para restaurar la tranquilidad de “aquí no ha pasado nada”. Pero sí que pasa, por más que sea más fácil seguir en la zona de confort.
O lo tomamos en serio, o mañana puede ser cualquier otro. Incluso nuestras hijas e hijos, por más que creamos que están a salvo porque a ellos no les puede ocurrir.
Hay que reaccionar. Antes de que sea más tarde.
SUSANA GISBERT
Fiscal y escritora (@gisb_sus)