Termina otro año y nos apresuramos a momificarlo sacándole las vísceras y metiendo en su lugar las hierbas aromáticas de artículos y fotos para conservarlo en las cámaras mortuorias de las hemerotecas. Han ocurrido muchas cosas en este 2021 y no han sucedido otras tantas, como la ansiada recuperación, la renovación del Consejo General del Poder Judicial o la derogación de la ley mordaza.

Empezamos el poco happy new year con el asalto al Capitolio, algo que fue un cruce entre una película de Tarantino con guion de Macarena Olona y un videojuego ideado por un Tejero de Milwaukee. A la vez llegó Filomena, que pasó por España como una ráfaga de Moscú y le puso al mapa del tiempo un barullo de asteriscos de nieve. En Madrid, miles de árboles perdieron la vida o fueron mutilados durante ese Vietnam meteorológico. En primavera concluyó el estado de alarma —por fin podíamos salir a coronavirizar y a que nos coronavirizasen en otras comunidades— y comenzamos a vacunarnos masivamente, a despecho de las alarmas del gurú Miguel Bosenanda, que nos prevenía con mucho namasté contra el peligro de Pfizer, Moderna y otros punkis farmacéuticos. Pues, según este ser de luz, om mani padme hum, con la excusa del coronavirus los Gobiernos nos iban a inyectar un peligroso suero creado entre el FBI y el monje envenenador de El nombre de la rosa en el cual habían introducido microchips con el fin de jaquearnos la mente, someternos al nuevo orden mundial de Bill Gates y obligarnos a todos a aplaudir las parafinadas canciones de C. Tangana.

En julio, y por seis votos contra cinco, el Tribunal Constitucional declaró ilegal el confinamiento decretado por Sánchez en el íncipit de la pandemia. En agosto, Messi salió en la tele esnifando sollozos de clínex. Lloraba no por abandonar el Barça, sino porque el club no le pagaba el pastón que exigía, y el argentino se marchó a meterle goles de tango a La Marsellesa. La ONU, por otra parte, concluyó definitivamente que el calentamiento global es antropogénico (causado por el bicho humano, vaya). Ese mismo mes, los talibanes regresaron a Kabul para imponerle a Afganistán su olor a camello y un pensamiento de burka a las mujeres.

En esas estábamos cuando Iberdrola también se nos talibanizó y desecó/disecó el, entre otros, embalse de Ricobayo para producir electricidad a precio de saldo y cobrarla a precio de oro. Desde entonces, el recibo de la luz está a siglos luz del bolsillo. Y, de repente, septiembre: bronquitis del volcán Cumbre Vieja, que no ha cesado de soltar esputos de fuego y diarreas de lava en los telediarios hasta ayer, como quien dice. La Palma convertida en ninot.

Era noviembre cuando se celebró en Glasgow el éxtasis del capitalismo en forma de nuevo desacuerdo climático. A finales de ese mes, el coronavirus se procreó a sí mismo y ómicron habitó entre nosotros. Y Sánchez decretó bobaliconamente el uso de la mascarilla en exteriores, donde menos se necesitan. Ayuso, esa princesa de cuento gótico cada vez más extraviada en su torre de marfil, nos recetó populismo y test de antígenos, que no llegaban a las farmacias, y de propina insultó a los sanitarios y al personal de atención primaria, acusándolos de vagos, cuando es ella quien nos está deconstruyendo la sanidad pública madrileña y caña, aquí.

Casado, por su parte, no solo no muta en diciembre, sino que ya no pide a los especialistas de Vox que lo doblen en las escenas verbales peligrosas. Como si fuera el Tom Cruise del PP, él mismo protagoniza las tomas más extremas. Así, lo mismo calumnia a Nadia Calviño acusándola de fraude fiscal sin pruebas como inculpa al Govern de que algunos profesores del país punto cat impiden ir al servicio a los niños si no lo piden en la lengua de Ramón Llull. Y se le olvidó decirnos que el CNI ha descubierto un complot de los políticos del prusés para detener a Manolo Escobar y reeducarlo de sol a sol con música de Vàltonyc en los frutales leridanos.

Con la inflación de diciembre por las nubes —la más alta en tres décadas—, Yolanda Díaz ha vendido a Garamendi la hoz y el martillo para que haga chatarra con ellos tras ese amago de derogar la reforma laboral de Rajoy, un texto que, juiciosamente, han anunciado que se negarán a secundar Bildu, ERC y BNG.

No sé qué nos deparará el 2022, pero uno se conforma con que sea, si no mejor, sí un poco menos cutre que este que acabamos de momificar sacándole las vísceras y metiendo en su lugar las hierbas aromáticas de artículos y fotos para conservarlo en las hemerotecas.