El acercamiento entre Artur Mas y Carles Puigdemont se ha ido fraguando en las últimas semanas trufado de declaraciones aparentemente estentóreas del primer presidente independentistas de la Generalitat respecto de los planes del segundo. Las especiales circunstancias en las que vive el aspirante a presidir la república catalana, sea en el extranjero o sea en el mundo digital, hacen difícil cualquier pronóstico, incluso el de que se vaya a cumplir el acuerdo existente entre ambos ex presidentes para evitar la repetición de las elecciones e investir un presidente autonómico real, provisional y prudente.

Nadie quiere elecciones. De una manera u otra así lo han expresado, incluso los dirigentes encarcelados. La mayoría lo manifiesta callando para no ser amonestados públicamente por los almogávares mediáticos de Puigdemont. Este silencio imperante en las filas del independentismo implica prudencia pero también desorientación por desconocimiento de los auténticos propósitos del diputado retenido en Berlín. De todas maneras, van a acatar lo que les proponga, aunque muchos temen que vaya a responder más a un estado de ánimo puntual del protagonista que a un análisis de los intereses colectivos, como mínimo los de los suyos.

¿Se conformará Puigdemont con ser presidente ritual un par de horas, antes de renunciar a sus aspiraciones y dar paso a la elección del presidente de verdad?

Las últimas novedades del Tribunal Constitucional y del Consejo de Garantías Estatutarias reinciden en negar la más mínima posibilidad de investir a Puigdemont como presidente de la Generalitat. Nunca la hubo en opinión de la propia mayoría parlamentaria y así en consecuencia actuó el presidente del Parlament, Roger Torrent, al aplazar el primer pleno de la serie de plenos infructuosos, ganándose la animadversión de Puigdemont por su decisión “unilateral”.

El silencio de los desorientados socios y seguidores de Puigdemont se explica también porque ignoran cuásl es el gesto suficiente de la cámara catalana para satisfacer el discurso legitimista del presidente cesado por el 155. No saben la respuesta a la pregunta de rigor: ¿Se conformará Puigdemont con ser presidente ritual un par de horas, en el mejor de los caos y dependiendo de la celeridad del TC, antes de renunciar a sus aspiraciones y dar paso a la elección del presidente de verdad?

La satisfacción del legitimismo de Puigdemont va a suponer, en cualquiera de sus formatos, un choque con el estado que nos retrocederá a la funesta semana de septiembre cuando el Parlament hizo creer a su mundo que no había ley superior a la aprobada por la cámara catalana. Tendrá, muy probablemente, sus consecuencias para la Mesa en términos de desobediencia y esto, con ser grave, podría no ser lo peor, porque nadie está en condiciones de asegurar que una vez conseguido el impacto con el estado, obtenido el lógico desgaste judicial al anular una investidura, Puigdemont no vaya a forzar las elecciones para capitalizar el episodio en lugar de abrir las puertas a la proclamación de un presidente presencial y a la formación de un gobierno con sede en el Palau de la Generalitat.

El grado de desconfianza entre unos y otros es enorme. Y la única luz al final del túnel parece ser en estos momentos el acuerdo susurrado entre Mas y Puigdemont, dada la escasa operatividad de las relaciones entre ERC, PDeCAT y JxC. De cumplirse, evitaría la repetición electoral y situaría a la mayoría parlamentaria en la tesitura de aceptar con mayor o menor entusiasmo el candidato propuesto por Puigdemont, se supone que con el beneplácito de Mas, para gobernar una Generalitat autonómica con la gesticulación calculada para mantener vivo el relato republicano sin provocar mayores desastres políticos, judiciales y personales.

Si se dieran todas las eventualidades que deben darse, comenzando por la renuncia al cálculo tacticista del aspirante legitimista, de las tres vías existentes para señalar al aspirante posible (un alcalde del PDeCAT, un fiel al cabeza de lista de JxC o un nombre suficientemente preparado para la presidencia) ganaría enteros el candidato de Mas: Ferran Mascarell, ex consejero de Cultura en dos etapas (con Maragall y con Mas) y ex delegado del Govern en Madrid con el gobierno Puigdemont.