A lo largo de mi vida he ido analizando poco a poco las cuestiones que he percibido como importantes y que no entendía del todo bien. Y son muchas, porque vivimos en sociedades en las que la verdad no interesa a muchos y está muy bien escondida.  No lo he hecho por ningún tipo de masoquismo, o eso creo, sino de una manera natural, porque hay personas, entre las que me encuentro, para las que las explicaciones superficiales no son suficientes; para las que es importante entender un poco la vida y el mundo en el que vivimos. Una de esas cuestiones es el feminismo. Entenderle me ha llevado tiempo, porque es una cuestión rodeada de tópicos, falsedades y grandes prejuicios.

Ir desbrozando de manera resumida lo que he ido asimilando sobre este tema se me hace muy difícil, porque, en realidad, está unido a otras muchas cuestiones de tipo político, social, cultural, psicológico y emocional; pero intentaré esbozar aquí mi teoría, que es producto de un esfuerzo personal por entender un movimiento social complejo y muy difamado que lleva décadas exigiendo para la mujer el reconocimiento de unas capacidades y unos derechos que tradicionalmente se nos han sido negados. No sé si mis ideas son las más veraces, o no, pero sí sé que son producto de la reflexión y de buscar respuestas a muchos porqués.

La primera gran cuestión al respecto es tener consciencia del origen del desprecio histórico hacia el universo de lo femenino para poder erradicarlo. Porque no se puede acabar con las llamas sin conocer antes el foco del fuego. La misoginia proviene de los idearios religiosos, en primer lugar, y, por supuesto, del patriarcado, que también ha sido promovido y difundido por las religiones monoteístas. El cristianismo es, en Occidente, el gran impulsor del odio y el desprecio contra la mujer, como el Islam lo es en los pueblos árabes. Igual de evidente es, para un observador imparcial, que la Iglesia católica impele a la sumisión de la mujer, como lo es para nosotros que lo mismo hace el Islam con sus mujeres. Y llevan expandiendo esa sumisión durante veinte siglos. Y tanto sirve para entenderlo leer el Corán como leer la Biblia, de la que Saramago decía que es el mayor catálogo de crueldades jamás escrito, y si nos centramos en la mujer la crueldad llega a cotas insospechadas.

Por eso, cuando leo que una asociación feminista valenciana programa para celebrar el día de la Mujer asistir a una misa antes de una comida, pues, como poco, alucino. Y cuando leo las declaraciones de hace unos días del cardenal Osoro diciendo que la Vírgen apoyaría la huelga feminista del 8M, pues lo mismo. Y cuando leo que el obispo Munilla acusa a lo que él llama “feminismo radical” de “tener el demonio en sus propias filas”, me pregunto si no será al revés.

Al cardenal Osoro habría que explicarle que la Vírgen cristiana no es otra cosa que el símbolo del desprecio contra la condición femenina. El dogma que hace que la madre de dios sea vírgen no es una casualidad carente de significado. Muy al contrario, justifica el odio contra lo femenino, al poner como ejemplo a una mujer que llaman “pura” a pesar de su maternidad. Como si el amor del que surge la vida fuera algo de lo que avergonzarse y que criminalizar en el resto de las mujeres. Una de las grandes contradicciones de las religiones. Criminalizan lo femenino y atribuyen la vida a una deidad y el pecado a las mujeres, cuando es en el vientre de la mujer donde se genera la vida. Para su desgracia, ése es el gran poder femenino.

Por tanto, no son los hombres los que propagan el machismo. Son los beneficiarios, en un cierto modo, pero también son sus víctimas. La misoginia es nefasta no sólo para las mujeres, sino para todos. Las religiones nos quieren enfrentados a hombres y mujeres, nos quieren infelices, nos quieren sometidos e incapaces de compartir complicidad, lo cual sería nefasto para ellas, porque la gente plena y feliz no se deja esquilmar ni someter. Y el machismo es una ideología fascista, porque presupone la inferioridad de las mujeres, como presupone la inferioridad de otras razas, o de otra clase social, o de otras especies. Se trata, en esencia, del pensamiento tirano que genera y difunde el odio contra el otro, contra el que no piensa lo mismo, o ni es del mismo sexo, o ni de la misma raza, o ni de la misma especie. Es justamente la antítesis del pensamiento humanista, solidario y democrático. Por eso es necesario erradicarle si queremos progresar.

En un mundo en el que el neoliberalismo ha resucitado el pensamiento totalitario y ha alentado el auge de los fundamentalismos político-religiosos, que tanto monta, la misoginia y el machismo han ido, a la par, in crescendo en las últimas décadas. En 2017 sólo en España han sido asesinadas 57 mujeres por violencia de género. Muchas más muertas que los muertos de ETA en un año, cuando mataba. Y por eso es muy necesario el feminismo en la sociedad actual. Las mujeres nos hemos tenido que levantar de nuevo contra los que nos quieren sumisas y dormidas, para exigir nuestros derechos. Aunque, lejos de lo que algunos creen, parafraseando a la escritora inglesa  Mary Wollstonecraft, “no se trata de que las mujeres tengan poder sobre los hombres, sino sobre ellas mismas”.