Siempre lo dije y hoy creo que alguno me entenderá mejor: estoy en contra de los escraches. En su día me costó una discusión acalorada con Ada Colau en un programa de televisión; cuando yo era "política" y ella era "ciudadana". Cuando Colau consideraba que yo no tenía derecho a acudir a una manifestación contra los desahucios sin recibir insultos ni gritos. Básicamente, yo, por militar en el PSOE en aquél momento (y no tener nada que ver con ninguna decisión tomada en el Congreso de los Diputados), tuve que salir escoltada por la Policía Nacional de una manifestación pacífica en la que un grupo reducido de gente, que había alertado sobre mi presencia en la manifestación junto al ex ministro Lopez Aguilar a través de un tweet de la Plataforma que lideraba Ada Colau en aquél momento, por el riesgo que corría mi integridad según los agentes. 
 
 
Recuerdo el tweet de la PAH que daba un toque de queda, con mi foto y la de Juan Fernando, para que acudiesen a hacernos un escarche en 3, 2, 1. Sé lo que se siente cuando te rodean, te insultan, te empujan y te increpan. Cuando la gente que acude a la manifestación comienza a enfrentarse a los que te insultan. Cuando sientes tensión y de algún modo, te sientes culpable por el altercado. Fue terrible la situación, y fue responsabilidad de quienes hicieron el llamamiento; y concretamente, esa misma noche, Colau no fue capaz de condenarlo. Ella consideraba que yo, como "política" tenía que sufrir esas situaciones. Yo jamás defendí tal posición. 
 
 
 
Al día siguiente Pablo Iglesias escribió un artículo donde se solidarizaba conmigo. Donde denunció lo sucedido, ofreciéndose a ir junto a mi en la siguiente manifestación. Y doy fe de que hemos ido juntos en una manifestación que tuvo lugar bastante después, aquélla por el cambio. Recuerdo bien sus palabras, recuerdo bien su solidaridad. Y siempre le he estado agradecida por aquello. 
 
Hoy yo soy "la ciudadana" y ellos son los "políticos". La vida da vueltas, muchas. Tantas como para llegar a la situación en la que hace unos días fueron ellos los que se vieron acorralados en Zaragoza. Por una manada de fascistas, ondeando banderas de España y coreando auténticas barbaridades. Fanáticos que llegaron a agredir a la Presidenta de las Cortes de Aragón, Violeta Barba. Entre ellos, además, se ha podido comprobar recientemente que se habían convocado policías. 
 
Por una manada de fascistas, ondeando banderas de España y coreando auténticas barbaridades. Fanáticos que llegaron a agredir
 
Las imágenes son terribles. Y todos debemos condenarlas. Porque eso no es libertad de expresión. Eso es violencia. Y no me refiero, evidentemente al botellazo que recibió Violeta, que sin duda es delito y no tiene discusión. Me refiero al rodeo, a los vítores, a los mensajes agresivos. Al escarche, en definitiva. Porque lo fue. Porque esos que allí se congregaron están convencidos de lo que defienden, de esa unidad de España... y de que tienen que defenderla como sea. Ellos consideran que están protegiendo la democracia, al Estado de Derecho y a no sé quién más. Están convencidos. Posiblemente tan convencidos como los de la Plataforma Antidesahucios que me llamaron asesina. 
 
En mi opinión tanto los unos como los otros están totalmente equivocados. La libertad de expresión no es eso. La democracia tampoco lo es. Su actitud es violenta, antidemocrática y tendente a callar las bocas y la presencia de quienes consideran que deben ser atacados. Y se confunden de objetivo y de forma. 
 
Los escraches, sean de quien sean, defiendan lo que defiendan, no conducen a nada, salvo a una escalada en la violencia. La democracia representativa, el Estado de Derecho nos permite dotarnos de mecanismos que garanticen podernos manifestar de manera pacífica; expresar nuestras opiniones de manera no violenta; hacer uso de los medios a nuestro alcance sin amedrentar jamás a nadie. Sin considerar que tenemos derecho a atosigar, agobiar, insultar, humillar o hacer pasar un mal rato a ninguna persona. Por muchas razones que tengamos o creamos tener. 
 
Un demócrata lo es siempre; la ética se defiende desde la bandera de la política y de la ciudadanía; los principios han de sostenerse. Se esté donde se esté. Porque de lo contrario, uno será un oportunista que justifica lo que le interesa cuando le conviene. Y el tiempo termina poniendo todo en su lugar.