Son actitudes, palabras, gestos. Sutiles, cotidianas, fuera del radar de cualquier normativa y a veces difíciles de identificar. En el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, recogemos experiencias de mujeres de distintas edades y perfiles que han experimentado ese intangible que permite que el machismo siga existiendo y reproduciéndose de generación en generación. La buena noticia es que parece remitir. Pero muy lentamente.

“Cuando éramos pequeños mi madre nos decía a mi hermana o a mí: 'Haz la cama de tu hermano que no sabe’ o ‘Recoge la mesa que tu hermano está cansado’, a lo que yo me negaba vociferando como la niña del exorcista. Mi padre intercedía siempre: '¿Cómo que no sabe? ¡Pues que aprenda como sus hermanas!' '¿Cómo que está cansado? ¡Igual que sus hermanas!'. Años después mi hermano se casó con una chica que trabajaba y se repartían las tareas en casa. Un día nos invitaron a comer una paella que había preparado él. Yo le pregunté a mi madre: '¿Pero no decías que no sabía hacer nada? Porque este arroz está mejor que el tuyo'. Y riendo, contestó: 'Sí que está bueno sí...'. A veces llegué a preguntarme si realmente ella creía que era un inútil por ser chico, sin duda el mejor cocinero de los tres. Mi padre, sin embargo, nos trató siempre por igual, nunca nos hizo creer que mi hermano fuera incapaz de hacer ciertas cosas por tener pito. Nos insistía en que debíamos tener siempre independencia económica, porque eso nos daría libertad y capacidad de decisión y que ante las malas personas (malos personos también, se entiende) nunca había que doblegarse. El 8 de marzo del año pasado mi padre murió en el hospital y se marchó con su escoba voladora a recorrer nuevos mundos. En la calle las enfermeras se manifestaban por la igualdad y lo único que yo pensaba era que nos acabábamos de despedir de un hombre nacido en el 37, divertido, igualitario y conciliador que nos inculcó a sus tres hijos desde la infancia que podíamos ser lo que quisiéramos”. María Eulate, Periodista de Radio Nacional.

“Cuando más sentí la discriminación por ser mujer fue en la adolescencia. Ahora vivo en una gran ciudad y noto una mentalidad más liberal, pero entonces, en el pueblo donde vivía, lo de los juicios de valor era una auténtica dictadura. Y eran especialmente despiadados los jóvenes, tanto ellos como ellas, porque no era cuestión de hombres y mujeres sino de una mentalidad retrógrada y machista que nos calaba a todos hasta los huesos. Yo, con las hormonas revolucionadas, no podía acercarme a un chico sin que me llamaran ‘puta’, y la onda expansiva de la palabra me afectó a la hora de buscar un trabajo, en la relación con mis padres, con los vecinos… Me convertí en un chiste con patas, y el estigma me duró hasta que fui bastante mayor, y no porque se callaran sino porque dejó de importarme lo que dijeran. Ni que decir tiene que no conozco ni a un solo paisano mío que tuviera este problema. Al contrario: entre los hombres, en la promiscuidad estaba la virtud”. Inés Cuadrado, Farmacéutica.

“He sufrido más micromachismos que discriminación clara. Por ejemplo, en dos ocasiones en las que tuvimos que hacer reformas en casa y los capataces de las obras (dos señores distintos) nos pidieron permiso, para no tener que pagar el parking, para aparcar su coche en nuestra plaza de garaje, Es muy pequeña, y en ambos (en ambos) casos, el comentario fue similar: ‘¿Su mujer es capaz de aparcar el coche aquí?”. Paula Aguado. Funcionaria.

“Lo que más me ha incomodado del machismo es que, a menudo, pensaran por mí, decidieran por mí y supieran mejor que yo lo que me gustaba e interesaba hacer. Me han atacado los estigmas al hablar de temas como electricidad o bricolaje, cuando me prejuzgaban diciéndome, tanto hombres como mujeres: ‘tu cállate, que no sabes nada de esto’, sin plantearse siquiera si podría aportar algo al asunto. También me han preguntado, sobre alguno de mis hobbies, si valía la pena que dedicase tanto tiempo ‘a esa tontería’. En el trabajo, la verdad es que he tenido suerte”. Manuela Mosquera, Jubilada.

“Siempre pensando en que un buen desempeño profesional, con rigor y celo extremos, conforme a lo marcado por la jefatura (masculina, por supuesto),  renunciando a tu vida privada para convertirte en la resuelve marrones apagafuegos de la empresa 24/7, desproporcionadamente remunerada a la baja, durante más de una década,  y cuando llega el momento de designar director de departamento, un puesto que, en justicia y en opinión del resto del equipo, te corresponde por méritos propios, por  experiencia y por conocimiento del funcionamiento de la Compañía, y que piensas que no es posible que no te lo den, pues van y promocionan al incompetente recién llegado (hombre, por supuesto), porque para eso están los techos de cristal, amigas! Cuidado, chiquilla, no te vayas a cortar y lo dejes todo perdido!”. Ángeles Cabello, Jefe de Producción.