La tristeza, por definición, no es una emoción positiva, y por ello, no es un estado de ánimo deseado. Por eso es tan diversa la reacción frente a las canciones tristes, su vulnerabilidad incide en las personas de diferente manera: mientras que algunos pueden disfrutar de la desesperación que representan melodía y letra, otros prefieren presionar la pausa o saltarse las canciones que les generen sensaciones de bajón.

Esta percepción contradictoria tiene relación con las asociaciones que hace la memoria y la reacción biológica. Los estudios dicen que las personas se sienten atraídas por la "paradoja de la tristeza" o la "paradoja de la tristeza placentera", un fenómeno del que que las psicólogas Sandra Garrido (de la Universidad de Melbourne) y Emery Schubert (de la Universidad de Nueva Gales del Sur) han destacado, en la revista The Swaddle, su capacidad para “evocar nostalgia”.

Esto es, la música triste puede resultar un detonante de recuerdos, y pueden servir de revisión reflexiva del pasado, y mejorar el estado de ánimo, “especialmente si los recuerdos están relacionados con momentos cruciales y significativos de la vida”, ha añadido Shahram Heshmat, economista del comportamiento de la Universidad de Illinois, en Psychology Today. Además, se sabe que la nostalgia nos ayuda a soportar el cambio y crear esperanza para el futuro.

Por otro lado, la música triste también puede ayudar a una persona que está lidiando con el dolor a descomponer sus emociones, induciendo sentimientos de tranquilidad y comprensión, al conectar con lo que expresa el tema que está sonando. Por último, la música triste desencadena la liberación de una hormona llamada prolactina, que puede ayudar a reducir los sentimientos de dolor.