A pesar del titulo del articulo, que bien es cierto que puede inducir a engaño, lo cierto es que desconozco como es confrontarse al éxito, pues igualmente desconozco qué es el éxito. Personalmente, creo que es imposible considerarme una persona exitosa. Al menos, no según los estrictos parámetros de éxito que nos acechan. Sin embargo, si consideramos la supervivencia un éxito, tal vez podamos cambiar esa opinión; aunque nunca se negará el auténtico éxito de la mismísima casuística. Pero hay algo que conozco bien, consciente y racionalmente: la ambición. A decir verdad, la ambición y yo podemos presumir de una estrecha relación. No siempre buena, cierto, por no decir nunca; pero esta me ha impulsado a querer conocer qué es el éxito, aunque el resultado tenga esa fastidiosa tendencia de ser un fracaso doloroso y apabullante.

La toxicidad del “tú puedes”

El positivismo posmoderno que nos lanza a decir tres veces sí es un cáncer único en su especie, pues también incluye en su definición un sentido sectario. La sociedad, con el pecho hinchado de un optimismo injustificable, se llena la boca con la seguridad de que si te esfuerzas lo suficiente todo es posible. Es una lógica sencilla que se basa en creer que todas las sonrisas abren al menos una puerta. Y aunque es innegable que una buena actitud tiene una influencia más que positiva en los resultados, ¿son siempre los resultados como deberían ser? En caso negativo, ¿es siempre culpa de uno mismo que salga mal? Me explico, tras recibir una lluvia de mensajes apelando tus capacidades, animándote a conseguir lo que haga falta por el simple hecho de que tú puedes, porque tu tienes la actitud correcta para enfrentarte a ello… ¿Qué ocurre si no es así? No está bien negar todo aquello que no depende de ti y que nos has podido ni siquiera intentar controlar. No, no somos el centro del universo, no todo gira entorno a nuestras aspiraciones y deseos. En ocasiones, las cosas salen mal porque salen mal, sin que esto sea un ataque personal a tu persona. Y punto. No hay justificación. Por eso es tan terrible culpabilizarse.

El miedo al fracaso

Íntimamente ligado a ello, se encuentra el miedo al fracaso. Qué narices ocurre en esta sociedad como para que nos de tanto miedo hacer las cosas mal. Nos encontramos en una sociedad construida básicamente en el método ensayo-error que, aun así, se machaca por no hacer bien las cosas. Todos señalamos el error y aceptamos el éxito como algo natural. Pues muy mal, queridos seres humanos en una sociedad demasiado autoexigente. Fracasar no es malo, ni siquiera repetir el fracaso es realmente malo, sino que es una señal explicita de que el método aplicado no funciona. El errar no es mas que la experiencia más constructiva que podemos recibir. No recuerdo quién lo dijo, creo que un bailarín, que siempre se repetía a si mismo: mira, hazlo mal, vuelve a mirar, simplemente hazlo. Tener miedo al fracaso es como aquel que tiene miedo a la experiencia personal. Pero la necesidad del éxito nos ha obligado a ser perfectos y ha eliminado la posibilidad de hacerlo mal, aunque solo sea una vez. De ahí el miedo y, personalmente, la estupidez.

La difícil tarea de reconocer

Es por todo esto que nunca nos paramos a pensar si realmente podemos llegar a aquello que otros llaman éxito, si de verdad queremos o si quiera si nos conviene. Tiramos hacia delante como si ese fuera el único camino, perdiendo la posibilidad de simplemente borrar ese camino. Es importante para la salud mental reconocer que uno no es capaz de llegar a ciertos niveles, que sobrepasarse es malo y que tampoco hay necesidad de hacerlo. Sin embargo, cuando nos vemos ante esta situación, nos cargamos de pesar y presiones, nos sentimos inútiles, un fraude y como si hubiéramos fallado. No hacerlo no es fallar, es no dar la oportunidad y esta, probablemente, no nos convenga tanto como siempre queremos creer. El éxito, a su manera, debería ser fácil y, a lo largo de su recorrido, satisfactorio. Sufrir entra dentro de las posibilidades, pero se debe saber decir basta al sadismo impuesto por nuestra sociedad. Imagen en CC de Pixabay de Ahkeem Hopkins