Es el segundo país más contaminante del mundo, pero Estados Unidos también es el país donde ha nacido y triunfado el Nature Writing, un movimiento literario sin duda producto de la fascinación de que sienten los americanos por la vuelta al edén con el que  se encontraron sus pioneros, del que va quedando cada vez menos rastro a base industrialización y cambio climático. No en vano, H. D. Thoreau, a quien se considera abuelo de este movimiento y hasta del ecologismo contemporáneo, ya predijo en su libro Walden (Errata Naturae, 2013), seminal en esta literatura y escrito en los años 40 del siglo XIX, la depredación ambiental que tenemos entre manos, el slow life y la desobediencia civil; hoy su “no es mi presidente” se dedica, con frecuencia, a Trump.

También seminal fue Primavera silenciosa (Crítica, 2010), de la zoóloga Rachel Carson, que resulto esencial para abolir el uso del pesticida DDT. O aquella biblia del ingeniero forestal Aldo Leopold, Una ética de la tierra (La Catarata, 2017), que consagró la ética ecológica como disciplina filosófica. O el libro que lanzó en el revuelto 1968 Edward Abbey, un ex ranger del Parque Nacional de los Arcos (Utah), donde las proclamas iban contra el saqueo de las rocas de gres y el enebro: El solitario del desierto (Capitán Swing, 2016). O cada uno de los ensayos de John Burroughs, naturalista, compañero de acampadas con Roosevelt, de borracheras de Oscar Wilde y disidente de Henry Ford; los tenemos todos reunidos en El arte de ver las cosas (Errata Naturae, 2018).

A la vista de estos títulos, quizá sea más fácil definir el Nature Writing por lo que no es. No son libros de viajes, como los que publica en España la excelente editorial La línea del Horizonte. Y aunque reivindican la geografía y no son descriptivos sino militantes (cuestionan la relación del hombre industrializado con su entorno), no se trata de textos dedicados específicamente al mundo rural, tendencia tan vigente hoy en las letras españolas, con La España Vacía (Noema) de Sergio del Molino o la España vaciada de María Sánchez en Tierra de mujeres (Seix Barral). Forman el músculo del Nature Writing obras de no ficción y autobiográficas, con un narrador ermitaño que huye de la ciudad para integrarse en una naturaleza hostil.  

En España, la editorial Errata Naturae fue pionera en realizar una espléndida labor en recueprar textos de Nature Writing, y no solo estadounidenses. También Capitan Swing o, más recientemente, Volcano Libros, que quizá sea la única de las tres dedicada con el cien por cien de sus esfuerzos a literatura y naturaleza, por primera vez en España, la antología de cuentos rurales de Mario Rigoni, El bosque de los urolgallos. Sellos que exhiben la vigencia aun en las letras de hoy del Nature Writing, que practica, por ejemplo, una de las escritoras favoritas de Obama, Annie Dillard, con obras como Una temporada en Tinker Creek (Errata Naturae, 2017), donde refleja la dureza de la vida en la Tierra.