Estrenamos junio y con él muchos empezamos a notar el olorcillo de las vacaciones. Empieza el calorcito, los días en la playa y ya se asoman las dos semanas de vacaciones que nos hemos pedido (suponiendo, claro, que uno es un privilegiado). Tirando un poco más de los privilegios, esas vacaciones tienen altas probabilidades de que vayan a ser fuera de tu ciudad de residencia. Ya no hablamos del pueblo de tus padres o de la urbanización de playa de preferencia, sino de un viaje en toda regla: un destino nuevo que conocer. Lo que viene a ser lo mismo, hacer turismo.

Existen muchas formas de hacer turismo y, entre ellas, una grandísima cantidad de hacerlo mal. Muy mal. El turismo causa un gran impacto allá dónde vamos, se generan nuevas inercias en los lugares de recepción, que intentan adaptarse lo mejor posible a los intereses turísticos para consiguir rentabilidad económica. Eso implica unos cambios que, si no se controlan, pueden afectar estructuralmente a esa sociedad. Uno, como turista, puede pensar que eso es problema de ellos, que nosotros no tenemos ningún poder de decisión al respecto. Sin embargo, ¿nos cuestionamos cuál es nuestra actitud como turista?

Uno puede pensar que todos los elementos que configuran ese escenario tienen la única función de satisfacer a tu yo turista, consumidor, ávido de nuevas experiencias

Provengo de una ciudad que vive únicamente del turismo y he tenido la fortuna de poder viajar mucho, lo que me ha llevado a conocer las ciudades de muchas formas distintas. Aunque prefiero el adjetivo 'viajera', comprendo que no es más que una manera romántica de disfrazar lo que soy: una turista. No obstante, me planteo cuál es mi posición como turista allá donde voy. Cuando viajas, es fácil caer en la trampa de creer que la ciudad que estás visitando no es más que un decorado: es lo que se ve y lo que se ve está ahí para ser contemplado, por lo tanto, para ser bonito. Uno puede pensar que todos los elementos que configuran ese escenario tienen la única función de satisfacer a tu yo turista, consumidor, ávido de nuevas experiencias.

Olvidamos con una facilidad asombrosa que las ciudades, por muy hermosas que sean, están hechas y pensadas para vivir y que la gente que las habita tiene derecho a una buena calidad de vida. Los apartamentos, las tiendas, los puestos de trabajo deben poder ser dignos para ser mantenidos 365 días al año. Sin embargo, el turista solamente es consciente de su existencia durante su - muy corta - estancia. Al encontrarse en una situación privilegiada (las vacaciones), espera encontrarse privilegios. A todos nos pasa, viajamos para gastarnos el dinero, así que asumimos precios más altos que en nuestro día a día. Esto solo para empezar.

Por lo tanto, no nos molestamos en vivir la ciudad como es en realidad, sino como nos hemos permitido que nos vendan que es. Cuando 'turisteamos', no nos mezclamos con la fauna autóctona, sino que damos vueltas en círculos en un circuito pensado para nosotros pero no para la ciudad en la que se aloja. Así es como nos convertimos en malos turistas,. En verdad, no amamos la ciudad que estamos visitando, sino lo que hemos hecho de ella para nuestra propia comodidad.

Con esto no quisiera decir que el turismo es malo. Es esencial viajar para entender. Pero si seguimos así jamás entenderemos, porque no estamos viajando, estamos visitando un parque temático.