Las próximas navidades se estrena El regreso de Mary Poppins, bajo la dirección de Rob Marshall (Into the Woods, Chicago), secuela de la mítica película de 1965 protagonizada por Julie Andrews y de nueva basada en la serie de ocho novelas que creó Pamela L. Travers en torno a la institutriz. Lo de dejar entre nombre y apellido una inicial, en este caso una L, es algo muy americano, aunque esta autora nació en Australia, y este no era su nombre real sino un seudónimo, que generalmente aún abreviaba más, firmando como P.L Travers. Todavía a principios del siglo XX, la época en la que vivió y desarrolló su carrera como secretaria, periodista, bailarina, actriz y autora de poemas eróticos, había muchas resistencias y recelos en las editoriales a la hora de publicar a mujeres.

Habrá quien no sepa que la película Mary Poppins, de Walt Disney está basada en el primero de esa serie de títulos. El que abrió la veda se publicó en 1934, y los demás se fueron sucediendo unos a otros gracias al éxito comercial. La hija de Walt Disney, entonces una niña, no fue ajena al tirón, y recomendó a su padre trasplantar la obra al cine. Disney entendió los beneficios que esto podría tener en caja, y se lanzó a lo que resultó una odisea para rodar la obra clásica que conocemos hoy.

Hay una moda últimamente en Hollywood que consiste en contar en una película la trastienda del rodaje de otra, y en Al encuentro de Mr. Banks (2013) narra las tensiones que saltaron entre Travers y Disney cuando este segundo le pidió los derechos para llevar al cine su obra más famosa. Inicialmente, Disney se encontró con el rechazo frontal de Travers, Disney y su equipo necesitaron quince largos años para convencerla de que les diera sus derechos. Y finalmente ella accedió, más que por hallar argumentos a favor, por dinero, porque los derechos de los libros ya no le estaban repercutiendo tanto como necesitaba.

El ‘no’ inicial de Travers se debía al temor a que Disney incluyera canciones y dibujos animados en la historia, o que creara una Mary Poppins demasiado optimista, cosa que, finalmente, sucedió. Porque la Mary Poppins de los libros tenía un lado oscuro. Era una niñera ácida, más seria, recatada. A los niños que cuidaba los asustaba su mirada. Los exponía a muchos retos. Tenía altibajos emocionales, era enigmática, dominante (incluso con los adultos), estricta, y así, en cierto sentido, más realista. El conjunto del relato también reflejaba la gran crisis económica que se vivía en aquel periodo entre las dos guerras mundiales.

Eso sí, en la novela tampoco falta la fantasía, las escapadas mágicas constantes que hacen Mary Poppins y los niños, y que se cuentan siempre desde los ojos llenos de asombro de éstos. Aunque los personajes que se encontraban al cruzar la frontera a lo irreal no siempre eran simpáticos, y abierta esa puerta sin el debido control, incluso se corría el peligro de caer en las fauces de algún animal salvaje, conocer la triste historia de una vaca que vagaba en busca de la felicidad perdida, o sufrir el hurto unas monedas de oro. Aunque también se podía descubrir quién ponía las estrellas en el cielo, o sufrir un ataque de risa merendando en el techo.

También en la vida real, para Travers, la fantasía siempre fue un arma con la que escapar de la difícil vida que tuvo. Al punto de que, según varias biografías, la autora pudo incluso haberse basado en ella misma para crear el personaje de Mary Poppins. Su padre fue alcóholico, murió pronto y dejó a la familia en la pobreza, y la autora comenzó a escribir como un consuelo, para evadirse e imaginar otras vidas posibles. Travers fue, además, muy progresista y rebelde, no se pudo casar nunca porque vivió durante años con una mujer, y también tuvo ese carácter fuerte de Mary Poppins. Adoptó un hijo al que separó, con ello, de su hermano gemelo, y al que internó durante años en un colegio, aunque, según él contaría años después, también intentó darle una educación como la de la institutriz de sus cuentos.

A Travers no le gustó nada el resultado de la película de Disney. Estuvo tratando de intervenir todo el rodaje, no la invitaron al estreno y cuando murió, con 96 años, dejó escrito en su testamento que no quería que ningún americano pudiera jamás volver a adaptar Mary Poppins. El caso de Travers no es el único en la historia en el que una autora o autor escribe un cuento que luego le edulcoran en su adaptación al cine o al teatro. Las historias orales que recopilaron los Hermanos Grimm en sus cuentos siempre se han adaptado muy rebajada en las crueldades que cuentan. Roal Dahl también también odió la mayor parte de las adaptaciones que se hicieron al cine de su obra. Sectores conservadores intentaron moderar las aventuras de Pipi Calzaslargas, todo un ejemplo de autonomía, independencia y pensamiento propio por considerarlas un mal ejemplo para los niños, porque vivía con aquel mono y aquel caballo, no iba al colegio, su padre era un pirata… Pero claro, la pregunta es si un libro, en este caso el que escribió Astrid Lingren, tiene que dar buen ejemplo.