Dentro de casa apenas podemos disfrutar de la lluvia de estos días. Pero, al menos, si asomamos la cara por la ventana e inflamos los pulmones nos llega el estupendo olor que se desprende del suelo tras un chaparrón. Y ahora, con menos polución. Es un aroma que se llama petricor, con el que estamos muy familiarizados, pero cuyo origen desconocemos: se origina cuando el agua de lluvia contacta con el suelo. Entonces se volatiliza la geosmina, un compuesto orgánico producido por bacterias del género Streptomyces, que viven en el suelo. Lo que olemos es una molécula creada por esa bacteria. También está presente en algunos antibióticos, y la geosmina se utiliza incluso en perfumería.

Además, de acuerdo con una investigación publicada la semana pasada en Nature Microbiology, la geosmina no solo nos atrae a nosotros sino también a los colémbolos, unos minúsculos artrópodos saltarines muy abundantes en el suelo, que acuden a ella para alimentarse de las bacterias que liberan este olor. Y las Streptomyces atraen a los colémbolos justo cuando están listas para reproducirse. Crearn esporas para propagar las nuevas bacterias recién nacidas, y se sirven de los colémbolos para propagarlas.

Y es que los colémbolos expelen “sus esporas a través de las heces y por adherencia a su cutícula (la superficie de su cuerpo)”. Los resultados del análisis indican que “la producción de geosmina (...) es una parte integral del proceso de esporulación, fundamental para completar el ciclo de vida de Streptomyces al facilitar la dispersión de sus esporas por medio de los artrópodos”. Los colémbolos ayudan a propagarse a las Streptomyces, y con ellas, su aroma.