Lo que se conoce como la enfermedad Covid-19 comenzó a detectarse a fines de 2019 en China, inicialmente como casos de neumonía de origen desconocido, aunque pronto se descubrió que detrás estaba un virus nuevo: el Coronavirus 2 del Síndrome Respiratorio Agudo Severo, o Sars-CoV-2. Hoy, declarada como pandemia por la Organización Mundial de la Salud (OMS), la Covid-19 ha obligado a varios países como España a confinar a su población en casa para no contagiarse, y, según datos de la OMS, en una de cada seis personas infectadas la enfermedad reviste gravedad, y ésta “desarrolla dificultad para respirar".
Así, ¿cómo afecta la enfermedad a los pulmones? La edición australiana de The Guardian ha consultado al respecto al profesor John Wilson, presidente del Royal Australasian College of Physicians y neumólogo. El autor clasifica a los pacientes en cuatro categorías: los menos graves serían los asintomáticos; los siguientes, aquellos que contraen una infección en el tracto respiratorio superior, lo que, afirma Wilson, implicaría "fiebre, tos y quizás síntomas más leves como dolor de cabeza o conjuntivitis". Estos dos grupos de infectados podrían transmitir el virus sin ser conscientes de que lo tienen, en caso de que no se les haga la prueba y no sepan, por tanto, que están contagiados. A continuación, en una escala de menor a mayor gravedad, estarían aquellos que sufren la Covid-19 como una gripe severa, y en el último grupo estarían las personas que desarrollan neumonía, y sobre todo son susceptibles de ello los ancianos y las personas con patologías previas como hipertensión, cardiopatías, problemas pulmonares o diabetes.
El virus se propaga a través de gotículas que se transmiten en el aire vehiculadas en estornudos o tos, y que las personas cercanas absorben por la nariz, la boca o los ojos. Estas partículas pueden viajar rápidamente a la parte posterior de las fosas nasales y a las membranas mucosas en la garganta, y aferrarse a ella, ya que las partículas del coronavirus tienen proteínas con púas que sobresalen de sus superficies, y estas se enganchan en las membranas celulares, permitiendo que el material genético del virus pase a la célula humana. El virus se propaga y va infectando a células vecinas. De ahí que los síntomas suelan empezar con tos.
En quienes desarrollan tos y fiebre, explica Wilson, la infección ha llegado al aparato respiratorio, a los órganos que poseen los seres vivos para intercambiar gases con el medio ambiente: faringe, laringe, tráquea y pulmones, que a su vez contienen los bronquios, bronquiolos y alveolos. Según sus palabras, "el revestimiento del aparato respiratorio se lesiona, se produce inflamación e irritación. Solo una mota de polvo puede estimular la tos”. Si la situación empeora, afecta más allá del revestimiento y pasa a esos sacos de aire llamados alvéolos, que se ubican al final de las vías aéreas más pequeñas de los pulmones, los bronquiolos, que se inflan durante la inhalación y se desinflan durante la exhalación y, "si se infectan, responden vertiendo material inflamatorio", es decir, se produce una "expulsión de material inflamatorio [líquido y células inflamatorias] en los pulmones”, y así terminamos con neumonía.