En 1970, una revista científica japonesa poco conocida, Energy, publicaba un artículo que iba a definir durante [al menos] medio siglo cómo se diseñan los robots. Lo firmaba Masahiro Mori, profesor de robótica por aquel entonces en el Instituto de Tecnología de Tokio. ¿Su teoría?: los robots demasiado parecidos a los seres humanos generan “mal rollo”, por decirlo llanamente.

Hiroshi Isiguro junto a Geminoid HI-2, su copia robótica
Hiroshi Isiguro junto a Geminoid HI-2, su copia robótica

Puede que conozcas los robots diseñados por Hiroshi Isiguro y su equipo. Su característica principal es que el objetivo es precisamente que no seamos capaces de diferenciarlos de un ser humano. Aparte de Geminoid HI-2, que es una copia de su propia apariencia física, quizá su creación más famosa sea Actroid.

No veremos un mundo en el que los humanos y los androides caminen juntos por las calles

No es como el cine

Sin embargo, el propio Ishiguro afirma que “no veremos un mundo en el que los humanos y los androides caminen juntos por las calles, como en las películas o los dibujos animados; en cambio, la tecnología de la información y la robótica se fusionarán de forma gradual”.  

Si miras la foto de Isiguro con su doble robótico, seguro que entiendes a qué se refería Mori con su concepto del Uncanny Valley o Valle de la Extrañeza [o repelús, si prefieres].

Los robots modestamente parecidos a los humanos evocan familiaridad

Sensación rara

Como resume Ishiguro, “la famosa hipótesis del Uncanny Valley está relacionada con la impresión transmitida por los robots y su parecido a los seres humanos y establece que los artefactos extremadamente parecidos a los humanos a menudo desencadenan afecto negativo, por ejemplo, una sensación de inquietud, mientras que los artefactos modestamente parecidos a los humanos evocan familiaridad”.

Mori explicaba cómo los robots de su época [y la mayoría de los actuales, en realidad] tienen como misión realizar una función. En su caso, en el mundo de las manufacturas. En el nuestro, muchos son inteligencias artificiales que llevan a cabo tareas de las que ni siquiera somos conscientes. “La política de diseño está basada claramente en la funcionalidad. Desde ese punto de vista, los robots deben realizar funciones similares a las de los trabajadores humanos de la fábrica, pero que se parezcan a ellos no importa. Por tanto, dada su falta de parecido con los seres humanos, en general, la gente casi no siente ninguna afinidad con ellos”, razonaba el experto nipón.

Un caso muy diferente es el de los robots juguetes. En ellos, la apariencia es más importante que su funcionalidad. “A pesar de ser una figura mecánica burda, el robot comenzará a tener una forma externa vagamente parecida a la humana, con una cara, dos brazos, dos piernas y un torso. Los niños parecen sentirse profundamente unidos a estos robots juguete”.

Si un solo robot puede provocar rechazo, un grupo de ellos puede ser una historia de terror

Movimiento

Otro punto importante en su teoría es el movimiento, que es “fundamental en los animales -incluidos los seres humanos- y, por tanto, también de los robots”.  Su efecto “cambia la forma del Uncanny Valley al amplificar los picos y valles”. Mori afirmaba que en el momento en que un robot está programado para agarrar como una mano humana, comenzamos a sentir un cierto nivel de afinidad por él. De igual manera, una mano prostética puede despertar sentimientos de incomodidad más intensos.

Mori razona que si este tipo de movimientos son relevantes en una mano prostética, “un robot entero magnificará la sensación de rechazo. Y eso es solo un robot. Imagina un artesano siendo despertado en mitad de la noche. Busca algo entre los maniquíes de su taller. Si los maniquíes se empezaran a mover, sería como una historia de terror”.

Sonrisa

Mori conocía los trabajos realizados para la Exposición Mundial de 1970 en Osaka, Japón. Entre las atracciones se encontraba “un robot que tenía 29 pares de músculos artificiales en la cara (el mismo número que en un ser humano) para que sonriera de una forma parecida a la humana”.

El autor del artículo que nos ha marcado durante medio siglo relata cómo el diseñador le explicó la importancia de la velocidad y secuencia de las deformaciones de esos músculos para conseguir que la sonrisa parezca humana. “Cuando la velocidad se reduce a la mitad en un intento de hacer que el robot sonría más despacio, en lugar de parecer feliz, produce extrañeza”.

Mori concluía que tiene más sentido diseñar robots que sean solo moderadamente parecidos a los seres humanos para evitar caer en el Uncanny Valley, porque de esa manera se consigue una sensación de afinidad considerable.

Así que ya sabes, parece que va a pasar bastante tiempo antes de que veamos robots indistinguibles de los humanos.