En la Comunidad de Madrid, desde hace más de un año, se trabaja contrarreloj para dar luz verde al protocolo con el que actuar con episodios de alta contaminación. Las acciones que se proponen no siempre son entendidas por el ciudadano que difícilmente antepone este tipo de medidas a costumbres cotidianas como la de seguir utilizando su vehículo privado.

El municipio madrileño de Coslada (85.000 habitantes) es, tal vez, el paradigma de cómo una urbe mediana que forma parte del área metropolitana de una gran ciudad, paga los excesos contaminantes de, en este caso, Madrid.

Cuenta con poco más de 12 kilómetros cuadrados de extensión, de los cuales la mitad corresponden a suelo industrial, situando su densidad de población por m2 entre las más elevadas del país.

Rodeada por las circunvalaciones M-45, M-40, M-50, la autovía A2, el aeropuerto de Barajas, Coslada tiene que hacer frente al problema de la calidad del aire que respiran sus vecinos y vecinas, sobre todo porque además en su término municipal acoge el Puerto Seco más importante de España. “Por ello hemos dedicado tanto tiempo y esfuerzo a preparar y poner en marcha nuestro propio Protocolo anticontaminación, para lo cual proponemos adoptar las medidas que están a nuestro alcance”, dicen a ELPLURAL.COM fuentes municipales, que recalcan que la "decisión última es de la administración autónomica" que, en los últimos meses, ha dado algunos bandazos en torno a la articulación de Protocolo a nivel regional. 

Protegida del ladrillo

Entre esas medidas adoptadas por el Ayuntamiento cosladeño en los últimos años está el Bosque del Humedal, una gran extensión verde blindada en 2009 para 75 años por el actual alcalde, Ángel Viveros.

Se da la circunstancia de que esa protección se aprobó en un instante en que ya se planificaban los edificios que podría llegar a albergar el enclave. Hoy, en Coslada se presume de lo que el propio Viveros define como “nuestro pulmón verde, nuestra casa de campo”.

Pero ¿de verdad este tipo de acciones, las zonas verdes, los árboles, etc., sirven para mejorar la calidad del aire? La mejor respuesta a esta pregunta la proporciona el estudio ‘Ciudades, contaminación y cambio climático ¿hasta qué punto puede ayudar la infraestructura verde?’, elaborado por Francesc Baró, investigador del Instituto de Ciencia y Tecnología Ambientales de la Universitat Autònoma de Barcelona y que ha merecido el Premio Observatorio Social de “la Caixa” al mejor artículo de ciencia.

La infraestructura verde a la que se refiere el trabajo son “esos espacios o elementos verdes urbanos que tienen una serie de funciones o servicios ecosistémicos para el bienestar de las personas”, aclara el autor.

Se refiere a arbolados, cubiertas o zonas y pantallas verdes, elementos muy habituales entre las políticas municipales, pero cuyo impacto, y esto es “importante tenerlo en cuenta, es muy limitado porque el reto al que tiene que hacer frente es inmenso y se debe afrontar desde una perspectiva global”.

“No tan relevante”

Entonces ¿son eficaces este tipo de medidas? La investigación publicada por el Observatorio Social de “la Caixa” pone de manifiesto que este tipo de infraestructuras “sí se tienen que considerar en la planificación de las ciudades”, indica Baró como importantes para “mejorar el bienestar de los ciudadanos”.

No obstante, el autor también revela que la contribución que puedan hacer esas infraestructuras verdes “no es tan relevante como se podía pensar”. Por ello, insiste en que “muchos de los retos a los que se enfrentan las urbes en relación con la contaminación atmosférica y el cambio climático pueden ser mitigados por las infraestructuras verdes, pero lo fundamental es que las medidas deban dirigirse a evitar o reducir esas emisiones” o, dicho de otra manera, se debería acudir al origen de la contaminación.

A pesar de esto, Francesc Baró también reconoce que “hay muchas investigaciones y políticas que buscan utilizar los medios naturales como solución”.

En el trabajo de este investigador de la Universitat Autònoma de Barcelona se insiste en que es verdad que, para ciertos retos, estas infraestructuras pueden ser importantes, pero en casos como “la mitigación del cambio climático o la contaminación, lo que hay que hacer es, precisamente, incidir en la reducción de emisiones contaminantes en las ciudades”. A partir de aquí, añade, “la infraestructura verde tendría un papel secundario o complementario”.

La cuestión que surge es si, a tenor de estas conclusiones, se actúa de forma correcta en lugares como Coslada, Burgos, Madrid o Barcelona. En el caso de las grandes urbes las decisiones deberían partir de organismos supramunicipales, en particular en sus áreas metropolitanas.

Bienestar personal

Entender la infraestructura verde como algo relevante en las ciudades permitirá que se generen ciertos beneficios con impacto en el bienestar de las personas. Así lo asevera Francesc Baró, si bien para otros propósitos como la reducción de la contaminación o del cambio climático “esta infraestructura llega donde llega y no se tendría que enfocar como la solución principal de estos problemas, sino como algo complementario a medidas globales”.

Aunque todavía queda mucho camino por recorrer, el concepto de infraestructura verde dirigido a influir en este ámbito está empezando a calar. Se observa en municipios donde ya no se pone el foco en el verde urbano desde una perspectiva ornamental o recreativa, sino en otorgarle a esos espacios, medidas, etc., la dimensión reguladora de la contaminación o el cambio climático.

“Sin embargo creo que todavía tienen que pasar más años para que arraigue y cumpla sus objetivos”, señala el autor, unos fines para cuya consecución también es fundamental la sensibilización.

Por ello, a partir de ahora, si en los alcorques de los árboles de una localidad cualquiera aparece cierta flora salvaje, tal vez sea conveniente empezar a pensar que no es cuestión de falta de políticas locales porque al Gobierno municipal no le preocupa la imagen de su ciudad.

Muy al contrario, le preocupa pero, por encima de todo, lo que se persigue es la salud de las personas, por lo que se eliminan los pesticidas que se utilizaban para acabar con las malas hierbas. En definitiva, no es cuestión de descuido, sino de salud humana y ambiental.