Con frecuencia se nos olvidan muy pronto las cosas. Cuando este sábado el Gobierno ha decidido que no será necesario llevar mascarillas en lugares abiertos, viene a la memoria las visitas continuas a las farmacias en aquellos días de marzo y abril de 2020 cuando era imposible conseguir este producto. En esa primera ola pandémica tan mortífera tampoco existían respiradores suficientes y muchos enfermos caían muertos en los pasillos de los hospitales.

Hubo que recurrir a China para un primer envío de mascarillas y también de respiradores artificiales, y luego empezaron a producirse con normalidad en nuestro país (acuérdense del esfuerzo de Seat para fabricar respiradores). Esta falta de suministros, esta dejación de la fabricación de productos básicos en manos de otros países a miles de kilómetros no ha servido de aprendizaje para casi nada.

Hace años, una compañera de profesión que trabaja en el departamento de Prensa de unos grandes almacenes me confesaba que todos los aires acondicionados que se fabricaban en el mundo procedían de China. Más recientemente, se apuntaba a que empezaría a escasear las pinturas en España porque buena parte de los componentes claves para su producción proceden del país asiático. Actualmente, el colapso de los puertos de China en la región de Yantiam por un rebote del Covid-19 provocaba la paralización de numerosas exportaciones a ese país con consecuencias inflacionistas para todo el mundo. Es decir, los precios se ven sometidos a presiones alcistas por la escasez de determinados productos.

Y la digitalización, la renovación de nuestra economía, pasa también por las dificultades que están atravesando las compañías de semiconductores para atender la demanda mundial de sus productos. Aunque el sector del automóvil representa sólo el 10% del mercado de semiconductores, según un informe de la firma de inversión Bain &Company, la falta de este componente está paralizando la recuperación de un sector tan importante. Esta misma semana la filial de Volkswagen, Seat, paralizaba producción durante tres días por falta de estos instrumentos.

Por ejemplo, la firma taiwanesa TSMC es responsable de construir alrededor del 80% de los chips MCU (contiene procesadorRAMROM, reloj y la unidad de control de E/S en un único encapsulado). Como indican desde Bain & Company: “los problemas en la industria automovilística han sido el canario en la mina de carbón, la advertencia inicial de la creciente escasez que afecta ya a la industria tecnológica y que sugiere un problema de capacidad estructural”, comentan.

Y además, las expectativas no son muy halagüeñas ya que esta escasez se prorrogará hasta 2022 en cualquier caso y será necesaria la inversión de miles de millones para resolverla. “No se trata de un episodio aislado, sino que podrían darse múltiples eventos de este tipo en el futuro, con un potencial de disrupción de la industrial similar o mayor al de esta crisis”, concluyen.

Nuestra salud, la evolución de los grandes datos de la economía, infinidad de productos e incluso la posibilidad de pintar la casa o de comprarse un coche está en manos de lo que ocurra en otras economías. La esperada enseñanza de que la Covid-19 podría poner sensatez a un proceso de globalización que puede calificarse de salvaje y en el que distintas zonas se han especializado en producción, frente a otras receptoras de esos productos, no se ha producido.

Un discurso de necesario abastecimiento mínimo en países o zonas geográficas distintas a las asignadas como productoras claras por la globalización (Asia) que cuajó durante los primeros sustos de la pandemia pero que se ha vuelto a olvidar. Y eso sin contar cómo afecta a la evolución del trabajo y sus costes.  Lejos de buscar posiciones totalitarias sobre el proteccionismo económico que ha demostrado llevar a la ruina a las economías que lo practican a rajatabla, supongo que habrá otros caminos intermedios que nos permitan evitar estos cuellos de botella y gozar de una cierta independencia para satisfacer nuestra demanda.