Los medios de comunicación, la clase política, los mercados internacionales y las grandes compañías, la Unión Europea y, sobre todo, la opinión pública española esperan con inquietud los datos, grabaciones, libros de contabilidad, mensajes y demás que, según dicen algunos, todavía guarda, y a buen recaudo, el otrora ‘innombrable’ Luis Bárcenas. No es una cuestión baladí, ni mucho menos. En un país con una democracia defensora y protectora de los derechos ciudadanos, es decir, perfectamente consolidada o ‘normal’ y propia de naciones avanzadas, lo que hasta ahora se ha sabido de los papeles de Bárcenas hubiera sido suficiente para mover gobiernos, ministros o políticos en general; hubiera sido suficiente, incluso, para hacer temblar las estructuras del Estado en una escala de casi destrucción, haciendo un paralelismo con el baremo de Richter para los seísmos.

Pero España es otra cosa. Estos años de zozobra política, con corruptelas que alcanzan escalas que jamás se habrían imaginado los ciudadanos (aunque en círculos periodísticos todavía existan cajas fuertes con ‘información sensible’), han servido para poner en entredicho muchas de las acciones que condujeron a la ya manida ‘transición’ que, visto lo visto, se cerró en falso y con graves carencias. Quienes no vivimos en edad racional aquel momento, hemos comprobado a lo largo de estos años de supuesta consolidación democrática que los aplausos que provocó el fenómeno eran fingidos, puesto que los participantes en aquel proceso se atreven ahora a reconocer de viva voz lo que antes únicamente salía en conversaciones de sobremesa regadas de ‘espirituosidad.

Y en estas nos hallamos ahora. Espera la ciudadanía que el principal partido de este país, cuyos dirigentes alardean (contradiciendo lo que ellos mismos criticaban en épocas de mayoría absoluta socialista) de un respaldo rotundo de los españoles para justificar lo injustificable, aporte algo de claridad a un asunto que se ha llevado por delante a todos sus extesoreros. Es, sin duda, el mayor escándalo de nuestra historia democrática. Pero el pueblo, ninguneado estos años, está a la espera de una decisión judicial que ponga los puntos sobre las íes, aunque la confianza en este poder del Estado tampoco es muy grande.

Si el PP no da respuestas o explicaciones nada diferidas, si los magistrados son incapaces de atender las demandas de justicia de los españoles (por ausencia bien de actitud, bien de aptitud), si las Cortes Generales ponen de manifiesto un día sí y otro también el nivel de nuestro sistema democrático, entonces ¿Qué o quién puede aportar claridad con respecto a Bárcenas y las cuentas de la formación que gobierna?

Es evidente que este asunto está en manos del propio interesado. Sin embargo, una visión cronológica de los acontecimientos deja entrever que los intereses económicos provocan muchas más cosa además del parón en el que se encuentra ahora el tema. Los medios de comunicación deberían ser los encargados de extraer las conclusiones que reclama el país. Sin embargo, de nuevo aquí, me temo que tropezamos con la misma piedra que impide avanzar en el camino de la consolidación democrática desde la Transición, al estilo de las mencionadas cajas fuertes con información sensible que se pudrirá con el paso del tiempo. Sin duda en esto hemos avanzado, pero ha sido, paradojas de la vida, gracias a esta crisis que se ha llevado por delante radios, televisiones y periódicos (con sus periodistas) para dar lugar a otros medios apoyados en la libertad de internet. No obstante, queda todavía mucho.

El repaso de los acontecimientos desde que se conocieran los titulados como ‘papeles de Bárcenas’, además de sonrojar al más cuerdo de nuestros políticos con episodios esperpénticos propios de película de serie B, pone de manifiesto el temor que existe en el Partido Popular al famoso “tirar de la manta que otro individuo sospechoso puso de moda para quedarse en el vocabulario político/periodístico patrio.

El diario El Mundo, adalid de la investigación periodística moderna (sigo pensando que ese tipo de periodismo está en el tintero desde hace mucho en nuestro país a pesar de que nos siguen vendiendo lo contrario), fue el primero en arrancar el serial, seguido a rebufo por El País, en otros tiempos, no muy lejanos, ejemplo de buen hacer en este campo. Desde entonces y hasta ahora, todo el mundo se pregunta por “lo que resta por saber” de los documentos y demás de Luis Bárcenas. Da la impresión de que un tupido velo se ha interpuesto entre lo que ya se conoce y el ‘quid’ de la cuestión barciana.

Evidentemente, si esta documentación estuviera en manos de otros medios enseguida saldría a la luz, con independencia de sus consecuencias. El Mundo, en realidad uno de sus grandes columnistas, ha realizado una serie de afirmaciones graves hablando de grabaciones, ministros, etc. Ahora está metido el periódico que dirige Pedro J. Ramírez en desentrañar lo que ha ocurrido con los Eres de Andalucía o los negocios turbios del yerno del Rey. No toca hablar de Bárcenas. En otros escándalos que han costado el puesto a ministros y secretarios de Estado todo estaba perfectamente calculado desde el punto de vista periodístico. Parece que con el (los) extesorero del PP sucede lo contrario… o no ¿Es el azar el que marca la estrategia de publicación del resto de documentos en diferentes soportes? ¿Aparecerán en el diario El Mundo?

El proceso seguido, dejando pasar el tiempo, parece que juega a favor de los actuales dirigentes populares, con el presidente del Gobierno a la cabeza, pero ¿los movimientos en torno a estos papeles tienen que ver con los ‘otros’ importantes del PP no afines al pontevedrés? Los medios de comunicación tradicionales utilizan en cierta medida al lector, al ciudadano y, como a algunos de sus directores les gustan tanto, las conspiraciones. ¿Responde el silencio informativo en torno a Bárcenas a otra conspiranoia para favorecer a…? El nombre del hombre o la mujer lo ponen ustedes, porque de tanto conciliábulo uno ya no sabe si está en España o en Venezuela.

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