Entre algunos voceros, entre ellos algunos TT.OO, manifiestan su inquietud por considerar que parte de nuestra ciudadanía, organizaciones e instituciones incluidas públicas, son víctimas de turismofobia, que nos pueden hacer perder competitividad en los mercados turísticos. Sin negar algunas salidas de tono de algunas personas y colectivos, considero absolutamente erróneo acusar a los ciudadanos y ciudadanas de fobia, odio o manía, al turismo, como resultado de una reacción negativa a las actividades que propician una presencia relevante de turistas.

 La inmensa mayoría de nuestra ciudadanía, organizaciones e instituciones, no tienen turismofobia. Lo que puede tener, y de hecho tienen, es fobia a “cierto” turismo a los modos de gestionarlo. Según Quaderns Gadeso (nº 320) una mayoría relevante considera que el turismo es la base de nuestro bienestar, al mismo tiempo un 90% opina que es excesivamente estacional, un 87% que se hace un uso excesivo y desordenado del territorio, y un 75% que el trabajo que crea es mayoritariamente de baja calidad y salarios bajos. Ambas percepciones no tienen porqué ser contradictorias.

En Q.G. (nº 323) un 70% de  los ciudadanos opina que durante la temporada  alta 2017 hemos recibido “(muchos) más turistas”, debido principalmente a “los conflictos en destinos competitivos”. Siguiendo el relato un 67% (ha aumentado tres puntos respecto a 2.016) considera que deben ponerse límites a la llegada de turista en temporada alta, por la percepción creciente de índices de masificación en determinadas playas y sus accesos, en la red de carreteras (incluidas las secundarias), en la saturación en los servicios públicos como transporte y sanidad, y en el consumo insostenible de nuestros recursos como el agua y la energía eléctrica. Tal percepción mayoritaria, ocupada y preocupada por un aumento desordenado del número de turistas durante la temporada alta, no puede ni debe calificarse como “turismofóbica”. En consecuencia, además de aplicar medidas eficaces para erradicar el “turismo de borrachera”, es imprescindible un cambio en el modelo turístico vigente (insostenible a corto plazo) que no suponga una mayor carga sobre el territorio y nuestros recursos. Y además, que posibilite y fundamente un empleo estable y de mayor cualificación. El paro registrado en nuestra Comunidad a 31 de diciembre 2.017 es de 63.369 parados que incluyendo los más de 40.000 fijos discontinuos supone la existencia de más de 100 mil personas sin trabajo. Lo que implica, o debería implicar, entre otros imputs, gestionar de modo eficaz los flujos en temporada alta, desestacionalizar, mejorar la diversidad y calidad de nuestros productos turísticos, regular (no necesariamente prohibir) el alquiler turístico…Pero también, aunque no resulte una tarea fácil, buscar, encontrar e implantar, nuevas actividades de carácter no estacional y con valor añadido. Algunas iniciativas positivas, públicas y privadas, existen.

También los turistas, nuestros clientes, opinan. En Q.G. (nº 318) es buena la consideración que merece la seguridad publica en general (hoy factor muy valorado), sin que por ello deje de inquietar (especialmente entre el turismo familiar) el gamberrismo asentado en determinadas zonas turísticas. En referencia a factores relacionados con el territorio, naturaleza y medio ambiente, es preciso resaltar una percepción negativa especialmente entre los repetidores, (el 31,5% de nuestros visitantes), referida a una cierta masificación en entornos urbanos y paisajísticos. Se percibe una progresiva sobrecarga de ciertas infraestructuras, equipamientos y servicios. En concreto en determinados ítems de valor turístico e histórico-cultural en Palma, así como en autovías y carreteras de interior incluidos los accesos a lugares de interés (especialmente playas).  

Podemos morir de éxito, por exceso o por defecto, a pesar de nuestras múltiples bondades y fortalezas. Turismofóbicos haberlos haylos, pero no son ni relevantes ni significativos. Los ciudadanos, las organizaciones y las instituciones, que manifiestan cierta  inquietud  por la fragilidad de nuestro territorio y de nuestros recursos (que ya comienzan a percibir también nuestros clientes), no forman parte de un imaginario complot contra el turismo. Antes al contrario, sus enemigos reales son los que propician un crecimiento sin límite de la actividad turística, sin inquietarles lo más mínimo que ésta sea sostenible (o  no) a medio y largo plazo. A estos siempre les quedará Costa Rica, Bali o Marruecos.