A 48 horas de la crucial jornada electoral del martes en Madrid, hay en la izquierda un clima como de vísperas de un sorteo de la lotería de Navidad donde solo hubiera dos jugadores, uno de ellos llevando en el bolsillo el 75 por ciento de los décimos y el otro el 25 por ciento restante. La suerte está echada, pero el bombo del 4-M puede dar la sorpresa. En la política como en el fútbol no siempre gana el favorito.

La izquierda se agarra con desesperación a un cierto pensamiento mágico según el cual el Madrid obrero despertará milagrosamente de su sueño abstencionista y marchará unánime camino de las urnas bajo la pancarta del 'No pasarán'. La izquierda busca en el 4-M su 14 de Abril, el día de 1931 en que contra todo pronóstico España se levantó republicana habiéndose acostado monárquica.

De los sondeos publicados solo el del CIS y el de SW Demoscopia para El Plural apuestan por una ventaja de la izquierda sobre la derecha. El resto, y muy significadamente el de GAD3, no dudan de que la derecha y la ultraderecha sobrepasarán con holgura los 69 diputados exigidos por la mayoría absoluta.

El precedente andaluz

Pero las encuestas también se equivocan, sobre todo en los momentos que llamamos históricos. Su última gran patinazo fue en las elecciones andaluzas de diciembre de 2018 cuando, contra todo pronóstico, Andalucía se acostó de izquierdas y se levantó de derechas.

Según el meticuloso promedio de sondeos elaborado entonces por Kiko Llaneras para El País, aquel 2-D el PSOE y Adelante Andalucía sumarían en el peor de los escenarios 57 escaños, dos por encima de la mayoría absoluta. No fue así: sumaron solo 50. La derecha fue la primera sorprendida de su victoria y los operarios del PP de Pablo Casado hubieron de desmontar a toda prisa el ataúd de pino sin desbastar que Génova había dispuesto para enterrar a Juanma Moreno en la fosa común.

A la izquierda le gusta pensar que en cualquier país del mundo alguien que hubiera gestionado la pandemia como lo ha hecho Isabel Díaz Ayuso sería durísimamente castigado en las urnas, pero no es cierto: el populismo es un fenómeno global y no atiende menos a razones que a emociones.

‘Abajo la inteligencia’

A la campaña impúdicamente populista de Ayuso solo le ha faltado que sus estrategas bordaran una inmensa bandera con la leyenda ‘Abajo la inteligencia’, pues es obvio que muchas de las cosas que ha dicho la presidenta durante la campaña eran un insulto a la inteligencia en toda regla.

Si los madrileños tuvieran que votar el martes al candidato que les pareciera más inteligente, Ayuso nunca ganaría, pero en la política de hoy operan y tienen más peso otras variables como el resentimiento, la fe, el individualismo, la determinación, el rencor…

Aunque tal vez no llegue a sumar mayoría absoluta con Vox, en las preferencias de los votantes la presidenta popular quedará la primera, y a mucha distancia de sus perseguidores, porque el 4-D no se evalúa la inteligencia, la rectitud o la responsabilidad de los candidatos, sino el talento para el brochazo, la osadía para la jactancia o la firmeza para negar lo importante y enfatizar lo pueril.

Sobre la verdad

Incluso en asuntos de tantísima trascendencia como los impuestos, buena parte de la izquierda le ha comprado a la derecha el extravagante marco mental según el cual que los millonarios y las clases acomodadas paguen menos impuestos es bueno para los pobres y las clases trabajadoras. La dirección de los socialistas españoles debería mirar más a Joe Biden y menos a Tony Blair.

Otro tanto ocurre con los sindicatos: son legión –famélica legión– los trabajadores a quienes la derecha ha logrado convencer de el sindicalismo es una mafia de burócratas que viven del cuento a costa del erario público.

Es paradójico este tiempo que vivimos: hoy es más fácil que nunca engañar a la gente a pesar de tener la gente a su disposición más herramientas que nunca para acceder a la verdad. No quiere decirse que al votar los madrileños a Ayuso estén votando conscientemente a una mentirosa, quiere decirse algo mucho más inquietante: que la verdad ha dejado de ser importante en política. La verdad y también el rigor, la inteligencia, la responsabilidad o la rectitud.