Según la mayoría de encuestas, Isabel Díaz Ayuso no solo va a quedarse con los votos de Ciudadanos, sino que además logrará frenar a Vox, cuyo ascenso se ha ralentizado en la conservadora Madrid, donde la mayoría de los 10 puntos más que los ultras obtuvieron en las generales de noviembre de 2019 con respecto a las autonómicas de seis meses antes –18,5 frente a 8,8 por ciento– se los queda la actual presidenta.

¿Dónde está el truco para acopiar tantos votos de su derecha y de su izquierda? ¿Por qué el irresistible ascenso de una líder política que no ha demostrado tener una inteligencia estratégica fuera de lo común ni grandes dotes de gestión y a la que tampoco adornan otras cualidades como la reflexividad o la oratoria?

Además de las seis claves, sintetizadas por José María Garrido en este periódico, que explicarían por qué la izquierda lo tiene tan complicado para arrebatarle el poder a Ayuso justo dentro de un mes, tal vez haya alguna otra clave más que, aunque difícil de objetivar demoscópicamente, ayude a explicar la buena estrella de la presidenta de Madrid.

Yo, Isabel

Es relevante el hecho de que Isabel Díaz Ayuso no es tanto la marca del PP en Madrid como la marca de sí misma... y no solo en Madrid. Por eso su ascenso no acaba de ser una buena noticia para Pablo Casado, porque la mercancía electoral que vende es ella misma, no las siglas de su partido.

Casado nunca podrá simular que él es el Díaz Ayuso de España: el de Palencia es un líder confuso, difuso, de perfiles cambiantes y brumosos, un tipo al que, en el mejor de los casos, sus votantes se han resignado, no alguien que despierte la extraña pasión que desata la lideresa madrileña.

Para la izquierda es difícil de entender que alguien con tan poco fuste intelectual y tan limitado capital político como Díaz Ayuso haya llegado tan alto en tan poco tiempo. No es raro que no lo entienda: tampoco entendió por qué Donald Trump llegó adonde llegó. A la izquierda le cuesta entender las cosas que no ha leído previamente en los libros.

Ayuso recibió muchas críticas desde la izquierda por adelantar las elecciones, casi tantas como aplausos desde la derecha. ¡Con un par, Isabel!, le dijeron los suyos. Hoy nadie discute que fue una buena jugada que la izquierda –como quien se engaña al solitario– afeó a Ayuso no por la jugada misma, sino por ser Ayuso la jugadora.

La séptima clave

A favor de Ayuso operan variables de mucho éxito en estos tiempos: el atrevimiento, la temeridad, el descaro, la antipolítica, la ausencia absoluta de decoro democrático y pudor civil, el desahogo para burlarse de la izquierda, la desvergüenza para falsear la realidad sin despeinarse: cualidades que dibujan todas ellas el momento Vox de la vida política madrileña.

Trump prometió acabar con la inmigración levantando un muro en la frontera de México y Ayuso prometió derrotar al virus construyendo un carísimo hospital de última generación. Se trata del mismo formato de promesa: rápida, audaz, contundente, milagrera. Puro populismo.

Una de las muchas ventajas de haberse apropiado del momento Vox es que –salvo desastre epidemiológico– si los contagios del Covid-19 se disparan en Madrid, los votantes de Ayuso no le echarán la culpa a Ayuso. El populismo de rancio abolengo está milagrosamente blindado frente a la realidad, al menos durante el tiempo que dura una campaña electoral.

Ese momento Vox sería la séptima clave del triunfo de Ayuso. El talento de la presidenta y de su ‘ivanredondo’ particular Miguel Ángel Rodríguez es haber arrebatado a Vox el momento Vox: haberse convertido ella y no el partido de extrema derecha en la beneficiaria principal de una forma de hacer y entender la política cuyo copyright nacional corresponde a Vox.

Una victoria cultural

No es que Isabel Díaz Ayuso haya descubierto a la extrema derecha y decidido abrazarse a ella; ocurre más bien que la extrema derecha la ha encontrado a ella y por eso puede que ya no vaya a necesitar, al menos en Madrid, a alguien como Abascal.

Paradójicamente, la victoria de Ayuso en Madrid sería mucho más una victoria –no electoral pero sí cultural– de Vox que del PP: de ahí que, de producirse, fuera tan mala noticia para Casado, aunque él –a la fuerza ahorcan– intente convencerse de lo contrario.

En Madrid Vox no necesita vestirse de Vox: le basta con vestirse de Isabel Díaz Ayuso, que ha eclipsado a Rocío Monasterio porque las derechas que hace dos años votaron al PP, a Cs y a Vox intuyen, no sin razón, que el ‘paquete Ayuso’ ya incluye a Monasterio, además de incorporar otros muchos accesorios que la diputada ultra no trae de fábrica.