ERC se siente a día de hoy un partido ninguneado, tanto por JxCat, sus socios de gobierno, como por el PSOE, sus socios parlamentarios. Y reacciona con despecho, comprobando además que su voz ha perdido fuerza, por la intermitencia de las apariciones de Oriol Junqueras y porque sus socios-rivales le tienen tomada la medida. A Quim Torra le piden cada día el adelanto electoral, sin  atreverse a forzar la situación, y a Pedro Sánchez un día le apoyan y al siguiente no (votarán en contra del decreto de la nueva normalidad), sin otra justificación que su propio estado de ánimo y sus recelos por el papel de Ciudadanos que socava la amenaza republicana de acabar con la legislatura.

El margen de maniobra del que dispone ERC para modificar sus relaciones con JxCat y PSOE es escaso. Para aumentarlo, el partido de Junqueras debería asumir la ruptura de los límites que le atenazan desde hace años; por un lado, el miedo escénico a Carles Puigdemont, y por el otro, la necesidad de que el PSOE mantenga viva la mesa de negociación. La cercanía de las elecciones catalanas dificultan ningún movimiento brusco por parte de los republicanos por eso se contentan con advertir a sus socios de los grandes males que les acechan de no hacerles caso.

El desdén del que se siente víctima ERC por parte de JxCat y PSOE no tiene la misma base ni profundidad. La animadversión entre seguidores de Puigdemont (Torra tiene menos y son prestados por Puigdemont) y el partido de Junqueras viene de lejos y es fácilmente detectable; incluso entre diputados y consejeros de ambos bandos. Al menos de cuando la todopoderosa CDC de Pujol y sus jóvenes tecnócratas despreciaban políticamente y socialmente, sin disimulo, a los republicanos a los que describían como a los ilusos hijos de nuestras porteras. Las relaciones empeoraron cuando aquellos prepotentes nacionalistas se instalaron para sobrevivir en el espacio independentista que les era propio. Ahora están peor que nunca por la osadía de los recién llegados de pretender expulsarlos del escenario soberanista por supuesta deslealtad.

ERC y JxCat presentan muchas diferencias emocionales y circunstanciales, de todas maneras comparten una posición esencial: su principal argumento electoral es la promesa de la independencia y esta promesa solo se sostiene conservando el poder autonómico desde el que gesticular ostentosamente para mantener viva la expectativa del estado propio con el que seguir ganando elecciones. También coinciden en no saber cómo se materializa el sueño y en no querer admitir que no lo saben. Esta sincronía estratégica condiciona sus reacciones de fondo, concentrando todas sus energías en batallas tácticas de desgaste y consumo interno del movimiento independentista. Por ejemplo, la polémica ante el suplicatorio de la portavoz de JxCat, Laura Borràs, sobre el que pueden incidir muy poco, pero les personaliza a ojos del elector en disputa.

Desde hace unos días, el vicepresidente de la Generalitat, Pere Aragonés, la cara más visible de ERC, viene reclamando al presidente Quim Torra un acuerdo entre IxCat y ERC para fijar la convocatoria de las elecciones con el argumento de impedir que el Tribunal Supremo dirija la política catalana al inhabilitar a Torra. En realidad, lo que pretende Aragonés es evitarse el mal trago de dejar solo a Torra cuando éste se presente en el Parlament para exigir la solidaridad frente la sentencia.

La convocatoria es competencia exclusiva del presidente pero los republicanos podrían hacer caer el actual gobierno saliendo del mismo. ERC no quiere asumir esta responsabilidad y Torra quiere ser inhabilitado por razones patrióticas, pero cuanto más tarde mejor porque su familia política necesita tiempo para solventar el galimatías de siglas en el que se mueve y conocer los designios de Puigdemont.

Todo está claro, sin embargo siguen dando vueltas en círculo. Lo más nuevo es que JxCat utiliza la urgencia de enfrentar las consecuencias económicas de la crisis del coronavirus como un impedimento para celebrar elecciones de forma inminente. Es obvio que difícilmente se habrá avanzado demasiado en este propósito cuando el septiembre el TS abra la caja de la crisis política, pero este es un detalle que no va a estropear la consigna y la voluntad de perjudicar a ERC en todo lo que puedan.

El desengaño de ERC con el PSOE, y viceversa, es mucho más sostenible, forma parte de los acuerdos políticos cerrados con el fino hilo de la oportunidad, apelando a la literatura progresista de sus programas y al socorrido frente popular contra el PP y la derecha en general. Los altibajos en sus relaciones recientes (tripartitos catalanes, apoyo al gobierno Zapatero y a la moción contra Mariano Rajoy) no les impide volver a intentarlo cuando las circunstancias lo reclaman y distanciarse de nuevo cuando el desgaste electoral de su colaboración enciende la alarma de los estrategas respectivos y éstos aconsejen recuperar la distancia entre españolismo y separatismo.

La situación en este frente es igualmente complicada para ERC. Los socialistas le ofrecen a los republicanos la perspectiva del diálogo político, el gran movimiento de los republicanos para distanciarse de JxCat, a cambio, le apoyaron en la investidura. La mesa de negociación está asentada sobre una nebulosa política cuyos objetivos no pueden concretarse con exactitud porque seguramente se rompería el instrumento. Y eso no conviene a ninguna de las partes. ERC perdería su factor diferencial respecto de la unilateralidad de Puigdemont y el PSOE perdería a un socio inestable y también una posición que le aleja del PP en el conflicto catalán. Mientras la actualidad de la mesa de negociación consista en saber cuándo se reúnen y cuándo volverán a reunirse, no habrá mayor problema. Ciudadanos está al acecho de cualquier concreción para presionar al PSOE.

En este campo de maniobras, ERC se ha concentrado en demonizar a Ciudadanos, esperando que PNV y Unidas Podemos le ayuden en su propósito de minar la confianza de Pedro Sánchez en Inés Arrimadas. La acusación a los socialistas de venderse el mejor postor es de corto recorrido cuando ellos le exigen al PSOE posicionamientos imposibles (la autodeterminación), además de ser una demostración de impotencia manifiesta porque, como en el caso de la ruptura del gobierno Torra, tampoco los republicanos están en disposición de levantarse de la mesa de negociación, lo que implicaría un fracaso estrepitoso a meses de las elecciones catalanas.