Artur Mas ha enmudecido justo cuando sus explicaciones sobre la corrupción sentenciada de su partido son más esperadas. Lo último que se sabe del ex presidente de la Generalitat y de CDC es que se tomó alguna licencia de confinamiento en Semana Santa; después solo unas breves reflexiones sobre porque el sistema de salud de Cataluña está como está y luego nada más. Pronto se cumplirán siete años de su negación en sede parlamentaria de cualquier relación con el expolio del Palau de la Música y de trato de favor a Ferrovial, lo que sí prometió es que, en caso de ser probadas ambas sospechas, se “depurarían responsabilidades” y se “devolvería hasta el último céntimo de euro”.

PSC y Ciudadanos han solicitado la comparecencia de Mas en el Parlament para conocer en primera persona la valoración de la sentencia confirmada por el Tribunal Supremo y del estado de cumplimiento de sus promesas respecto al pago de los 6,6 millones al que CDC debería hacer frente. No hay fecha ni tan solo reacción a esta petición. Todo parece girar en contra de Artur Mas desde que cumplió su periodo de inhabilitación por la convocatoria del primer sucedáneo de referéndum independentista, el proceso participativo del 9-N de 2014, e insinuó estar dispuesto a encabezar una candidatura unitaria a la presidencia de la Generalitat, al menos del universo JxCat-PDeCat-Crida.

Desde aquel día de finales de febrero de este año, el virus ha certificado la debilidad del sistema de salud autonómico, muy castigado durante la presidencia de Mas y el publicitado como el gobierno de los mejores; y el Tribunal Supremo ha confirmado que el Palau de la Música era una generosa fuente ilegal de financiación para CDC. Respecto de su experiencia como presidente de los recortes sociales, Mas se ha limitado a comentar en un vídeo de TV3 que “un buen sistema de salud como el que tenemos, lo tenemos y se sostiene porque los salarios son bajos”.

De la deuda de CDC y de los delitos del Palau de la Música, ni palabra. Dos años después de su comparecencia negacionista en el Parlament, Artur Mas presidió, en 2015, el entierro de CDC para intentar esquivar las previsibles responsabilidades económicas; calculando como también hizo Unió Democrática, el otro socio de la coalición de CiU, que las deudas de los partidos desaparecidos no se pagan. Esta es la incógnita a resolver en los próximos meses, una vez demostrada como plenamente injustificada la confianza de Mas en que su partido no hubiera cometido ninguna irregularidad, escudándose en que las adjudicaciones de obra de su gobierno eran administrativamente impecables.

Artur Mas, además de ser el último presidente de la Generalitat que ganó unas elecciones, es el político catalán del siglo XXI con mayores responsabilidades por asumir sobre el vigente conflicto catalán, a parte del debilitamiento del sistema de salud y de la corrupción institucional financiada con el 3%. El sucesor de Jordi Pujol, en calidad de delfín del partido y del gobierno, es el eslabón imprescindible para entender la llegada a la Generalitat de Carles Puigdemont y Quim Torra. En el origen de este proceso de decadencia personal está su ambición de convertirse en el nuevo Francesc Macià de nuestro tiempo.

En 2010, la CiU de siempre obtuvo 62 diputados con Artur Mas al frente. Con este resultado, el sucesor de Pujol quiso ser el primero de la clase en filosofía del recorte del estado de bienestar para salir de la crisis y cuando percibió las dificultades de sostener esta política intuyó que su futuro pasaba por liderar un movimiento independentista que ya daba señales de fuerza allá por 2011. Las elecciones convocadas en 2012 para oficializar la transformación de CDC y su líder en nuevos independentistas no fueron el éxito rotundo en el que soñaba Mas, más bien un cierto fracaso, al perder 12 diputados y verse obligado a aceptar a ERC, el independentismo ortodoxo, como socio parlamentario del gobierno para mantenerse en el Palau de la Generalitat.

Una vez instalado en el soberanismo, las cosas se fueron torciendo continuamente para Artur Mas, hasta el punto de tener que formalizar una lista conjunta con ERC en 2015 para disimular la caída libre en intención de voto de su figura, aceptando incluso que no podía encabezar la candidatura denominada JxSi. La intransigencia de la CUP a votar su investidura (apelando a su condición de presidente del recorte social) acabó por forzar su renuncia. Y en esta tesitura, improvisó un sucesor, eligiendo a un desconocido (salvo para las gentes de Girona) Carles Puigdemont, que al poco se manifestó como un presidente aguerrido y radical.

Puigdemont, siguiendo la costumbre instaurada por Mas, eligió a dedo a Torra al comprobar que su investidura era imposible por la negativa del Tribunal Constitucional y la resistencia de ERC a recaer en la desobediencia.  Y hasta aquí hemos llegado, sin que Artur Mas haya dado ninguna explicación convincente a sus tres grandes decisiones: padre de los recortes, negacionista de la corrupción del 3% y líder frustrado del independentismo que abrió la puerta a la etapa de la desobediencia institucional.