Ahí los tienen, un catalán y uno de Jaén reconvertido al casticismo madrileño, mano a mano, letra a letra, a golpe de micrófono, compartiendo canciones, vida y público e ideologías, desde dos puntos de partida diferentes. Joaquín Sabina y Joan Manuel Serrat son la demostración viva de la normalidad y la cercanía, de la verdad que encierra la convivencia pese a la propaganda del independentismo que no acepta la profundidad de la vida en común.

La relación que el noi del Poble Sec derivado en poeta y el de Úbeda, versificador de noches en blanco y borracheras de bar cutre, escenifican en sus actuaciones, no es sino la metáfora de la vida cotidiana en Cataluña durante décadas, en que la población catalana y charnega se ha mezclado hasta dar lugar a unos catalanes nuevos que reúnen lo mejor de todos los orígenes. El catalanismo pinta un ADN tan variopinto como enriquecido por la diversidad geográfica. ¿A qué tanto ruido? ¿Cuántos independentistas no llevan en su mochila un Pérez o, digamos que un Martínez?

Esa normalidad de la vida real es la que relatan estos tipos duros y universales, Serrat y Sabina, unidos por la música y por la concepción de la izquierda. Sabina militó en el comunismo y conoció el exilio. Serrat se plantó ante el franquismo, negándose a cantar en Eurovisión si no era en catalán. Y, en consecuencia, el La, la, la, lo cantó Massiel. Él mantuvo la ideología y la postura, mientras el temido Tribunal de Orden Público le tenía siempre en el punto de mira. Acabó rodando por México, denunciando los fusilamientos del régimen y con dudas sobre su regreso posible.

A los más fundamentalistas de su tierra les da lo mismo. Lo consideran hoy traidor/ botifler y amigo de la derecha española por no abrazar la causa de los Puigdemont y compañía. No aceptan bien que el autor de Mediterráneo haya declarado que prefiere los caminos a las fronteras. Reniegan de Serrat obviando sus letras censuradas por la dictadura, o el encierro que protagonizó en Montserrat contra el proceso de Burgos y contra la pena de muerte, cuando corría 1970 y el régimen actuaba con mano dura y letal. Nadie ha sido nunca profeta en su tierra y menos cuando en la tierra de uno la intransigencia se abre camino.

Ahora, en su última gira por México, Sabina y Serrat se han solidarizado con Chile, con Bolivia, con Colombia y Ecuador, porque se lo pide la carga progresista que llevan en el cuerpo. No dudo de que pronto el de Jaén va a estar repuesto del incidente que le tiene ahora hospitalizado y que de nuevo volverán los dos socios y amigos a actuar juntos. Decía con sorna Sabina que él aprendió a cantar en catalán Paraules d´amor, con la intención de que su amigo le respetara un poco más. Ese es el espíritu y esa es la realidad.

Enric Sopena es Presidente Ad Meritum y fundador de ElPlural.com